¿Copia certificada u original?

                

Hace tiempo que no escribo comentarios de estrenos comerciales o de películas de festivales o muestras locales. Voy a retomar ese ejercicio en este blog, aunque no con la constancia en que lo hace Ricardo Bedoya. La película que me incita a escribir es Copia certificada, que  se puede ver en estos días en la Semana de Cine Francés (C. Cultural PUCP y UVK Larcomar)

Aunque Ricardo ya la comentó de manera entusiasta, quisiera ratificar que se trata de la mejor película de producción reciente vista en Lima a la largo del año en salas de estreno y festivales.  Digo de producción reciente porque, claro, se han exhibido películas como El padrino o El toro salvaje, con las que se podría discrepar en términos de preferencia.

 Copia certificada es, en primer lugar, la demostración de que el talento puede trascender fronteras. No siempre, porque hay creadores muy ligados a su propio territorio, a su propia “isla”.  Más aún, en el caso de un realizador iraní como Kiarostami, tan apegado en su obra anterior (salvo el caso especial del documental ABC Africa) a la geografía y al universo social iraní, con lo que éste tiene de culturalmente “cerrado” (república teocrática islámica , apego a tradiciones, etc.), se hubiese podido anticipar una mayor dificultad en la adecuación a condiciones distintas en el extranjero. No ha sido así, sin embargo, y no sólo en esta coproducción, sino también en la película japonesa, la última que ha realizado, Como un enamorado, en la que igualmente logra redondear una obra que parece mimetizarse con el medio en que ha sido hecha, pero sin dejar de lado en absoluto la impronta de su estilo. Andrei Tarkovski hizo sus dos películas finales, Nostalgia y El sacrificio fuera de su país, en Italia y Suecia, respectivamente. Pero Nostalgia  era visualmente casi una película rusa, pese al influjo de la plástica renacentista,  y El sacrificio un poco menos (hay allí indudables consonancias bergmanianas), pero se advertía en ella la fuerte presencia del background intelectual y existencial de  su realizador en el tratamiento y los motivos que se expresaban.

 Copia certificada, en cambio, de no saberse quién es el autor, podría atribuirse a otro realizador, no seguramente a Michael Haneke, pese a que los dos protagonistas del film de Kiarostami han sido intérpretes de Haneke, pero sí a algún otro cineasta contemporáneo, probablemente francés. Hay, por ejemplo, ecos rohmerianos y no sólo en los diálogos, aunque sólo la conversación sobre el original y la copia que se desarrolla especialmente en el interior del auto en marcha encuentra similitudes en diversos intercambios verbales de los films de Eric Rohmer.   Que se pudiera atribuir esta película a otro realizador no es porque no se reconozca en ella al cineasta iraní, sino porque a priori no era fácil imaginar tal nivel de excelencia en una obra en la que, a diferencia de las dos últimas de Tarkovski con relación a las anteriores, no existe la menor referencia al universo socio-cultural iraní que nutre la filmografía del autor hasta, precisamente, el film que comentamos, ni el perfil de sus personajes y los vínculos que se establecen tienen precedentes en su filmografía.

 Se trata de un Kiarostami “cosmopolita”, “occidentalizado”, pero sin que haya en ello “traición” o inconsecuencia. Por el contrario, bien vista la película no es otra cosa que el probable inicio de una nueva etapa en la carrera del iraní, en la que se percibe, sin la menor duda, de que ahí está, detrás de cámara, el notable realizador de Close Up y El sabor de la cereza. Y lo está tanto en la limpidez del estilo como en la capacidad de “quebrar” la aparente transparencia del relato, eso que le aportaba a Close Up un cierto grado de “indefinición” entre el registro de la ficción y de la no ficción.  Kiarostami es uno de los autores contemporáneos que en mayor medida concilia las fuentes de un realismo “transparente” con la modernidad del punto de vista que le permite alterar o superponer de manera muy sutil el curso del relato. Aquí el cambio está en el paso del vínculo inicial de una pareja que recién se conoce al de un matrimonio en crisis, representados por los mismos actores. No obstante, no se produce ningún “salto” o cambio abrupto. Todo sigue en el relato, como si no hubiera pasado nada que modifique el curso de lo que acontece.

 Copia certificada es un relato centrado en dos europeos (inglés y francesa) que se encuentran en Italia y cuya interacción transita de una ciudad a un pequeño pueblo y por tres lenguas distintas (inglés, francés y, en menor medida, italiano), un relato distendido, articulado sin prisas en el lapso de unas pocas horas, pero sin encuadres de larga duración, a diferencia de otros films del autor que se prodigaban en tomas de mayor duración, de manera especial los inmediatamente anteriores, de carácter más “experimental”, como Ten, Five o Shirin. Si en esas películas previas había una suerte de desecamiento del entorno, así como prescindencia del relato propiamente dicho, en Copia certificada es todo lo contrario, pues se impone el placer del relato y de la presencia de los protagonistas, casi siempre vistos de frente e incluso en alternancias de campo-contracampo, inusuales en las películas anteriores de Kiarostami.  Pero también cuenta, y cómo, el entorno que la cámara muestra con frecuencia en segundos términos o fuera de campo, que establece una relación no por sutil menos profunda con los personajes, y no sólo en la pensión en que culmina el film en uno de los finales más notables que hemos visto en mucho tiempo.

 A Kiarostami se le atribuyó desde hace mucho un lazo con el cine de Roberto Rossellini. Se le reconocía como un heredero, al menos en parte, de esa “ética de la mirada” propia del estilo rosselliniano y sobre todo de la “trilogía de la guerra” y de Francisco, heraldo de Dios. En Copia certificada hay un inocultable vínculo con Viaje a Italia y, como sucede con los grandes homenajes (aunque la película no lo sea expresamente, ni se trate de un remake), “la copia” se aproxima y a la vez es muy diferente del “original.  Además, que por primera vez en la obra de Kiarostami una mujer, en la extraordinaria actuación de Juliette Binoche, esté en el centro de atención principal del film (lo estaba la mujer de Ten y el grupo femenino de Shirin, pero con una dimensión simplemente exterior y además anónima en la segunda) la emparenta, por cierto, con la Ingrid Bergman del célebre film que le hizo decir  al entonces crítico Jacques Rivette, “Con Viaje a Italia  el cine envejece diez años”.  El film todo y dentro de él el personaje de Binoche se emparientan con Viaje Italia e Ingrid Bergman más que como una “copia certificada” y son en todo caso la demostración de que el original y la copia (que, no se entienda mal, no lo son en rigor)  pueden perfectamente intercambiarse.

Isaac León Frías

 

 

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