Soy el pueblo y Salafistas

Veo dos documentales: “Soy el pueblo”, de Anna Roussillon (foto), y “Salafistas”, de Lemine Ould M. Salem y Francois Margolin. El primero tiene a la revolución egipcia que derrocó a Mubarak como telón de fondo. Los sucesos de El Cairo llegan, a través de la televisión, a un poblado rural ubicado a cientos de kilómetro de la capital. Un campesino sigue los hechos con pasión.

La cámara se instala con el y su familia. Se pliega a sus tiempos y rutinas. E interroga al protagonista que pasa del escepticismo al entusiasmo por el gobierno de Morsi y los Hermanos Musulmanes, para regresar a su inicial desencanto.

Pero la película no se limita a trazar la crónica de los cambios políticos en Egipto. Al mostrarlos a través de su representación televisiva y de la subjetividad de ese hombre que parece haberlo visto todo y haber sufrido muchos desengaños políticos, apunta a la reflexión sobre el individuo y el gran discurso de la Historia.  ¿Cómo afectan los cambios a ese hombre, alejado de beneficios sociales e instituciones? ¿Qué significa la democracia en ese poblado que parece sumido en un sopor intemporal? En algún momento, el campesino dice que la democracia no se come, lo que me recuerda al general Odría y similares.

La estabilidad de la cámara, los encuadres dilatados y el clima distendido con que se registra ese tiempo rural, alejado  de la Gran Historia, marcan los contrastes con la euforia del discurso mediático y con el entusiasmo por una Revolución que, una vez más, termina traicionada.

“Salafistas” se estrena en medio de amenazas de prohibición por parte del Ministerio del Interior francés que se resuelven, pocas horas antes del estreno, con una interdicción para los menores de 18 años.

La veo en una sala atestada. Solo tres cines han aceptado exhibirla, sin publicidad previa.

Motivo del escándalo es la decisión de los documentalistas de no incluir texto narrativo, dejando la palabra a ideologos salafistas y militantes grabados en Mali, Túnez y Mauritania. La película no tiene otro valor que el testimonial. Luce como un reportaje informativo televisivo de fin de semana. Son setenta minutos de discursos que justifican la aplicación de la charia. Y vemos por supuesto la bárbara ejecucion de la “voluntad” y el mandato del Profeta, desde mutilaciones físicas hasta ejecuciones colectivas sumarias. Imágenes que causan repugnancia y escalofríos.

Ricardo Bedoya (desde París)

 

 

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