Festival Transcinema: Dos metros de esta tierra

   

Una de los films más sugestivos que se exhibe en la primera edición del Festival Transcinema es esta producción palestina del director hispano-palestino Ahmed Natche. El título proviene de uno de los últimos poemas de Mahmud Darwich, considerado el poeta nacional palestino más importante y el espacio de la acción se sitúa al lado de la tumba del poeta. Prácticamente todo lo que vemos corresponde a la parte exterior de un teatro que cuenta con un escenario al aire libre, y en algunos camerinos y pequeños interiores, en una aparente zona suburbana de Ramala. En esos espacios circulan y dialogan periodistas, técnicos y artistas, tanto palestinos como extranjeros, que van a participar en un concierto de música popular. El relato se concentra en una tarde de verano.

 En un cierto sentido la película se limita a los ejes señalados: exteriores de un teatro más unos pocos interiores, personajes que dialogan, tarde de verano, concierto que se avecina…  Sin embargo, y contra lo que algunos pudiesen esperar, no vemos el concierto, y no porque la acción previa anticipe que lo vamos a ver, sino porque es una de las expectativas posibles si se tratara de un documental o un semidocumental convencional, con preparación y desarrollo de un espectáculo. No va por ahí la propuesta de Dos metros de tierra. A Natche no le interesa el concierto como tal, ni siquiera en rigor la preparación del mismo, sino la ocasión en que diversos participantes se reúnen y conversan en torno a sus propias inquietudes y deseos, sin el menor tono sentencioso y de una manera libre y espontánea en la que casi no aparece el trasfondo político que abruma a la nación palestina, lo que muchos esperarían dado que estamos habituados a verlo, prácticamente en todas las películas palestinas a las que hemos tenido acceso.

 Pero una película puede aludir a un contexto sin necesidad de hacerlo de manera explícita y esta es un ejemplo de esa opción. Dos metros de esta tierra se limita desde su título (literal y metafóricamente preciso) a un espacio reducido, que no es en este caso un lugar de encierro propiamente dicho, y en esa “atadura” de los encuadres (prácticamente sin movilidad de la cámara) a esos pequeños reductos, alude de manera muy elocuente al “encierro” de toda una nación en “tiempo de espera”, cuya existencia se ve privada de ese horizonte que sólo en el plano final que mira hacia las afueras se abre levemente, como un impulso de aire y libertad.

 Isaac León Frías

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