Locos de amor

“Locos de amor” se anuncia como un musical, pero no lo es. Es una película con canciones.

Los musicales –al menos, los más destacados- borran las fronteras entre lo “hablado” y lo cantado, y entre el caminar y el danzar. No hay solución de continuidad entre los pasajes “dramáticos” y los propiamente musicales.

La clave del género musical radica en la capacidad de potenciar el artificio aun en las secuencias de exposición. Hasta lo banal y lo cotidiano adquieren cuotas de irrealidad y estilización.

El musical no le teme al ridículo ni a los excesos. Algún crítico definió “Los paraguas de Cherburgo”, de Jacques Demy, no como un filme “cantado”, sino como uno “encantado”. Ese encantamiento nace de la acentuación de los colores, de la “falsedad” de las escenografías, de la excentricidad en el juego de los actores, de las cualidades de un trabajo de iluminación que mantiene sujeto o encadenado al realismo y evita el reflejo identificatorio del espectador. Nadie se reconoce en un musical. Los filmes del género no juegan a ser espejos. Apuestan a lo feérico y lo ilusorio. Transmutan la realidad, incluso cuando intenten romper las reglas del género, como ocurre en los dramas musicales de Dennis Potter, o cuando intentan ser simulacros experimentales, como en los casos de Godard (“Una mujer es una mujer”) y Resnais (“La vida es una canción”), para no hablar de François Ozon o de Wong Kar-Wai, que hace musicales sin canciones.

Ahora bien, que “Locos de amor” sea una comedia con canciones no la hace ni mejor ni peor. Que no sea un musical ortodoxo –tampoco heterodoxo- ni le pone ni le quita.

Pero cabe preguntarse si funciona el dispositivo, si las canciones se ajustan a la organización de la película, o si irrumpen sin ton ni son.

El mejor momento de la película transcurre en silencio. El personaje de Jimena Lindo ha invitado a su casa al profesor de yoga (Nicolás Galindo) y resulta inminente el encuentro sexual. Vemos un plano medio y la cámara espera a que pase algo. La actriz juega las ansias y las expectativas con gesto inquieto. Punto a favor.

Pero eso no ocurre siempre. Más bien, sucede lo contrario. Las tramas elementales de las crisis de los treinta y los cuarenta años (ese codiciado nicho de audiencia), esas que no requieren de más explicaciones porque resultan obvias, acaban siendo ilustradas, explicadas y hasta interpretadas por las canciones. Cada canción es como un digest de lo obvio.

El tratamiento cinematográfico de algunas de esas canciones, intrusas, paralizan la acción, como la que le toca a Gonzalo Revoredo en la secuencia con Giovanni Ciccia; otras, son pura redundancia, como la interpretación de “Ya te olvidé”, con Gianella Neyra y Revoredo. La puesta en escena de las coreografías (“Me enamoré de ti en un bazar” y “Gloria”) tienen una funcionalidad algo encorsetada: planos frontales, un picado, un encuadre abierto que deja ver el logo de Forever 21, más planos frontales de grupo… y a otra cosa.

En esta feel-good movie con sello de productor –véase la dedicatoria-, que es también un ejercicio de branding  (la construcción en marcha de la marca Tondero), destaca el grupo de actrices. Todas están bien, con Ana Cecilia Natteri a la cabeza.

Ellas, Caravedo, Lindo, Neyra y Fernández Maldonado, aportan fibra y verosimilitud a un guión que hace agua y languidece en sus tópicos argumentales sobre la “guerra de los sexos”. Y logran, además, el único pasaje cantado que destaca y luce verdadera gracia: el del brindis colectivo.   

Ricardo Bedoya         

One thought on “Locos de amor

  1. Están tan bien las actrices que merecen una mejor película para lucirse. En la secuencia del brindis femenino, me sorprende el timing de Lorena Caravedo que es un poco la que conduce la secuencia dentro del grupo. Hace tiempo que no la veía actuar y debería hacerlo más seguido. Ese momento de los silencios entre Jimena Lindo y Nicolás Galindo igualmente resulta efectivo. Le falta un poco de pausa y de ritmo a la realización. Pero al menos es mejor que las comedias anteriores de Tondero.

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