Sacralidad y mestizaje. Extirpador de idolatrías

Emilio Bustamante envía este comentario a Extirpador de idolatrías. 

En un pueblo de los Andes se hallan cadáveres de mujeres decapitadas. El policía Waldo Mamani (Oswaldo Salas) sospecha que el causante es un asesino serial que se asume como un extirpador de idolatrías moderno, y le sigue la pista hasta Lima para dar con su identidad y lograr su captura. En su pesquisa, Waldo tiene en contra a su propio jefe, un oficial vanidoso, prejuicioso y costeño.

Paralelamente, un niño y una niña viven un candoroso amor. Ambos son descendientes de apus. La niña está en peligro, pues el extirpador está tras ella. La madre del niño también desciende de los apus, sabe del peligro que corre la niña y teme por su suerte.

En Extirpador de idolatrías los personajes andinos son hijos de dioses y, por tanto, son seres sagrados y su vida también lo es; los extirpadores de ayer y hoy son profanadores que atentan contra sus creencias y su existencia. Que Waldo, en su investigación de los crímenes del moderno extirpador, revise, además del Manuscrito de Huarochirí, libros sobre el conflicto armado interno (que dejó miles de pobladores quechuahablantes muertos), no es casual, como tampoco el desprecio por los derechos humanos de los “indios” que pregona su superior. La actitud del oficial costeño es apenas más explícita que la de aquellos para quienes los asesinatos de civiles andinos durante el conflicto deben considerarse entre los efectos colaterales e inevitables de una guerra y no merecen, por tanto, reparación alguna del Estado. En el fondo late la bestia que considera que existen ciudadanos de segunda categoría: los que creen en los apus y no en el dios cristiano, los que hablan otro idioma que no es el castellano, los que deben someterse a la cultura occidental o desaparecer. La imposición brutal de una cultura sobre otra está simbolizada en el filme por una secuencia en la que el extirpador elimina a su víctima mientras, por montaje paralelo se muestra y escucha a niños aprendiendo movimientos militares en el colegio y rezando el Ave María. Extirpador de idolatrías llama la atención sobre mentalidades que permanecen desde la conquista española en nuestro territorio.

Lo más destacable del filme es que alcanza a expresar la dimensión sagrada de los personajes y el paisaje andinos. Las secuencias más hipnóticas son aquellas en las aparecen seres fantásticos que  danzan con los niños y, sobre todo, la escena en la que estos últimos se esconden del extirpador en el campo y en una sola toma (con apenas un movimiento de cámara de ida y vuelta, y sin efectos especiales) son transfigurados en traviesos espíritus. Esas escenas no solo recuperan las caracterizaciones teatrales del grupo Yuyachkani (como ya se ha señalado en notas sobre la película), sino recuerdan  al episodio del matrimonio de los zorros de los Sueños de Kurosawa y a algunos de los cortos de Pablo Guevara (como también ya se ha dicho), otro de los pocos cineastas peruanos preocupados por rescatar la dimensión sagrada de la existencia a través de la recreación de mitos andinos. Siles las filma con sensibilidad, naturalidad y seguridad.

Uno de los temas del filme es el de cómo los personajes asumen su herencia cultural. Los niños y la madre de la niña lo hacen abiertamente. La madre del niño (interpretada por Magaly Solier), por el contrario,  luce maquillaje y viste a la manera occidental; esta apariencia se la reprocha la madre de la niña, pero es justificada porque le sirve como camuflaje para no ser una de las víctimas del extirpador. Habría, en su caso, una aceptación solo simulada de la cultura occidental motivada por la supervivencia. Frente a esta postura defensiva, hay otro mestizo que trata de eliminar toda manifestación de la cultura andina, y que buscaría negar de este modo parte de sí mismo para ser aceptado sin temor por la elite dominante; se trata del extirpador. No en vano se recuerda en el filme que el gran extirpador de idolatrías de los primeros años de la Colonia, Francisco de Ávila,  fue un mestizo.  Mestizo es también el policía Waldo Mamani (desde su nombre evidencia la unión de dos culturas); esta condición –además de sus conocimientos e inteligencia- le permite, de cierta manera, identificar al criminal.

En el filme, Waldo Mamani está platónicamente enamorado de una reportera de televisión con quien imagina tener diálogos de pareja en su departamento. No parece demasiado riesgoso interpretar este deseo como uno de reconocimiento.  Quizá no habría que olvidar cómo nuestro mestizaje se vincula a  la bastardía y ésta a la aspiración de reconocimiento. Si bien Waldo no pretende al reconocimiento de su frívolo superior jerárquico, sí desea uno mediático. Su rechazo final de esa ilusión, cuando declara que le es suficiente reconocerse a sí mismo, es una afirmación de identidad.

Las escenas menos logradas de Extirpación de idolatrías son las de los diálogos en la comisaría (muy extensas y redundantes, a pesar de las buenas actuaciones) y la primera de conversación con la esposa del profesor (con un diálogo muy “literario” e impostado); el problema mayor es, sin embargo, de índole narrativo. Algunas elipsis son bastante radicales y la causalidad es débil. Si bien ello podría ser parte de una propuesta narrativa alternativa a la del modo clásico que representase mejor una visión del mundo distinta a la hegemónica (en armonía con los temas abordados por el filme), el relato no alcanza la fluidez y el ritmo deseados.

Pese a ello, Extirpador de idolatrías es un muy buen debut en el largometraje de Manuel Siles. El filme es sugestivo e innovador. Merece más salas y horarios de los que ha podido obtener hasta hoy.

Emilio Bustamante

One thought on “Sacralidad y mestizaje. Extirpador de idolatrías

  1. Según Cinencuentro, en 2015 se produjeron más de 60 largos peruanos, aproximadamente 48 de ficción y 13 documentales. Hubo cerca de 29 estrenos comerciales. Perfecto. La pregunta es, habida cuenta del hecho de que Extirpador no pudo llegar a salas comerciales, dónde van a estrenar cineastas como Enrique Méndez, o películas como A punto de despegar o, no sé, Rafael Arévalo, que ya lleva como cinco o cuatro largos y ninguno estrenado en salas comerciales. La Robles Godoy no se da abasto. Cómo hacemos con la distribución de esas películas? Es claro que en las salas comerciales no las quieren y, ojalá, alguien le pregunte algún día a Siles por qué su película fue rechazada, incluso para la sala Cine Arte de UVK, y qué le respondían los dueños de esas cadenas para justificar su rechazo. No nos alegremos por el volumen de producción, sino preocupémonos en qué hacer con esa masa de películas que solo llegan a CAFAE o a otro centro cultural.

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