“Aquí no ha pasado nada”, de Alejandro Fernández Almendras, parte de una premisa similar a la de su anterior filme, “Matar a un hombre”: un personaje debe tomar una decisión difícil en una situación extrema. En este caso, vemos a un joven de la alta sociedad chilena que es acusado injustamente de conducir ebrio y atropellar a un hombre en una carretera tras una noche de juerga.
Una vez más, el cineasta chileno nos enfrenta a un mundo que se tambalea. El protagonista se ve envuelto en una situación inesperada e irreversible en la que solo puede perder. Tomando como base un caso real (que involucró al hijo de un prominente senador chileno), Fernández Almendras describe los pasos que da un personaje sumido en la más profunda oscuridad.
La primera media hora del filme muestra los hechos que llevan al accidente. La cámara en mano y la iluminación altamente contrastada dan cuenta de la intensidad de la juerga y del mundo retratado. La cotidianidad se enrarece hasta convertirse en el preámbulo de una tragedia personal. Cada saludo, cada beso, cada trago, cada encuentro fortuito con el personaje central llega con una carga de tensión. Son las marcas de la desgracia predestinada.
Pero el filme, en su transcurso, pierde la fuerza inicial, en coincidencia con el arranque de las secuencias que describen los líos abogadiles y judiciales. La línea central se desvía en explicaciones de las estrategias legales a seguir y en debates sobre la verdad y la justicia. Algunos personajes, en el afán de retratar ciertos modos y conductas de la alta sociedad chilena, rozan el estereotipo. Fernández Almendras filma la tragedia de ese hombre común, víctima de las intrigas de los poderosos, con distancia y sequedad, como si él mismo estuviera atrapado en un engranaje del que no podrá salir bien librado, haga lo que haga.
Rodrigo Bedoya