Siete semillas

Un escritor pletórico de buenas intenciones ofreció al productor Samuel Goldwyn la realización de un guion aleccionador. El curtido Sam, luego de echar una ojeada al argumento, le dijo:   “Si quieres transmitir un mensaje, hazlo por Western Union”.

Siete mensajes trasmitidos por WhatsApp hubieran podido sintetizar de modo eficaz y expeditivo las enseñanzas impartidas por “Siete semillas”, que se toma una hora y media para exponer algunas lecciones biempensantes.

Y todo queda sometido a ese propósito.

 La arquitectura y el mobiliario de catálogo nos persuaden de que la opulencia no trae la felicidad. Los colores opacos del ambiente anuncian que la crisis se avecina.  Los gestos iniciales de los personajes secundarios los definen de una vez y para siempre: los herederos de los socios, que nunca la sudaron, serán incapaces de afrontar una crisis; el hermano relajado y comprensivo del protagonista no traiciona los ideales de la era de Acuario; el viejo trabajador de la fábrica encarna la posibilidad de la conciliación entre capital y trabajo.

Y si algún personaje se anima  a cambiar, es también por afán aleccionador: el hijo aprende a valorar el esfuerzo antes que el placer robótico del juego, y el protagonista, luego de su trayecto de autocontrol y relajamiento, sintetiza el éxito con la sabiduría.

Mensajes tras mensajes. Enmarcados y con las ideas centrales puestas en cursivas, tan visibles como el cartel de DirectTV que nos apantalla desde el aeropuerto de San Pedro.

El tratamiento de la película pareciera ser el resultado de la prescripción médica de un cardiólogo, puro reposo y dieta blanda. Ni se altera, ni se agita, ni se encrespa. Las tensiones –es un decir, ya que no hay muchas- están filmadas con el mismo paso cansino que los pasajes de humor.

Solo Gianella Neyra, Jely Reátegui y Ramón García logran sacudirse de la rigidez de este curso en siete lecciones.

 

Ricardo Bedoya         

 

One thought on “Siete semillas

  1. Te faltó comentar sobre la pobrísima actuación de Alcántara, quien vuelve a desnudar sus tremendas limitaciones y muestra un casi inexistente registro dramático.

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