JORGE VIGNATI (1940- 2017)

Era uno de los más veteranos entre los cineastas peruanos en actividad, aún cuando en los últimos tiempos y con la salud disminuida, su práctica habitual con la cámara y la fotografía se había visto reducida. Sin embargo, en el caso de Jorge Vignati, y si se quiere hacer un balance de todo lo que hizo, su práctica nunca se limitó al ejercicio profesional en el sentido estricto de la palabra, sino que se dividió, por decirlo así, entre ese ejercicio propiamente dicho y el apoyo, respaldo, consejo o ayuda que le ofreció a todo aquel que se lo pidió o que tuvo cerca y siempre estuvo dispuesto a dar. Es probable que no haya nadie en nuestro medio que lo haya superado en generosidad, en capacidad de entregar los secretos de su oficio. No necesitó de aulas para trasmitir lo que sabía y hacerlo sin que se le percibiera como el maestro dictando cátedra. Siempre, hasta en sus últimos años, era el amigo tratando de igual a igual a los jóvenes que se iniciaban en la fotografía cinematográfica.

Vignati está asociado al cine peruano desde los años cincuenta, en que adolescente aún, se vinculó a la producción documental que se hacía en el Cuzco, su tierra natal. En las décadas siguientes nunca dejó la cámara, y aunque su participación fue especialmente ostensible en Fitzcarraldo, ese proyecto que le tomó varios años a Werner Herzog, su labor lo llevó a diversas países del mundo en filmaciones que alternó con las que hacía en nuestras tierras.

Jorge fue lo que se llamaría una persona de perfil bajo, de aquellas que no se hacen notar, ni siquiera en su caso por el tono de la voz que era más bien de moderada sonoridad, esa que no se impone en una discusión.  Tal vez por esa misma razón optó por ponerse en el lugar del camarógrafo, que no es el de mayor figuración con todo lo importante que puede ser. Incluso, cuando encaró la realización como en Danzante de tijeras lo hizo desde ese lugar aparentemente poco notorio para quienes ven el cine en las pantallas de quien está literalmente detrás de la cámara. Obtuvo un reconocimiento algo tardío (pero más vale tarde que nunca) en la edición del 2012 del Festival de Lima, pero el reconocimiento mayor se hará cuando se pueda contar con una muestra que seleccione y ponga en valor lo mejor que hizo en tantos años de profesional, en los mejores tiempos y también en los más duros, que han sido los de mayor duración en nuestro medio.

Se va Jorge cuando, con todas las dificultades y limitaciones, el cine en el Perú se encuentra en una etapa de producción audiovisual creciente. Estoy seguro de que debe haber sido para él una enorme satisfacción comprobar el hecho de que cada vez más jóvenes se inclinaran a una actividad antes tan restringida, y que entre ellos un número creciente optara por la fotografía. No cabe la menor duda de que él es uno de esos pioneros cuyo trabajo enlaza, de una u otra manera, con lo que se viene haciendo en estos días y que, como tal, permanecerá como  uno de los nombres imprescindibles en esa larga etapa de continuidad accidentada que vivió el cine peruano durante varias décadas.

 Isaac León Frías

Foto: Ministerio de Cultura

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