Empieza el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), una de las vitrinas más grandes e importantes –de entre las tantas que existen en el mundo- de esta modalidad del cine.

Aquí va un primer recuento de algunos títulos programados este año y que he podido ver a través de plataformas diversas. En los próximos días, comentaré otros más. 

Tal vez podamos ver algunas de esas películas en los festivales que se avecinan.

La catalana “Estiu 1993” (en la foto), junto con la boliviana “Viejo calavera” (de la que ya hablamos en estas páginas), destaca en la competencia internacional. La protagonista es una niña de seis años que encuentra acogida en casa de unos parientes luego de la muerte de la madre. La directora Carla Simón pega la cámara al cuerpo de la pequeña y la convierte en testigo de un pequeño mundo de afectos y tensiones, de gritos y susurros, todos marcados por la memoria de esa persona faltante que es una presencia en ausencia. Como mar de fondo está el duelo que va haciendo su trabajo corrosivo en los afectos de esa niña que comienza a ver la vida desde el umbral. La vivacidad de la niña, pero también su melancolía, remiten a la Ana Torrent de Erice y Saura.

 

 

“Adiós entusiasmo”, del colombiano Vladimir Durán, se libera de la camisa de fuerza de su dispositivo conceptual (nunca mostrar a un personaje muy importante) gracias a un uso notable del fuera de campo, de los espacios segmentados por las líneas de composición del encuadre, por las relaciones de sentido que nacen de la ubicación de los actores en un campo visual siempre saturado pero representado con armonía y claridad. El primer largometraje del colombiano Durán descubre a un director de fuste. 

 

“Correspondencias”, de la portuguesa Rita Azevedo Gomes, es varias cosas a la vez: un filme epistolar; un melodrama polifónico; una representación que nunca oculta su condición; una película sobre afectos esenciales; una “performance” en la que se encuentran el teatro y el cine; una película que nos permite oír voces bellas, entonaciones armónicas y una textualidad que reconcilia al cine con la palabra escrita.  

 

“Demonios tus ojos”, del español Pedro Aguilera, es una suerte de “Ventana indiscreta” en tiempos de intimidades expuestas, narcisismo mediático y proliferación de dispositivo digitales de observación. Aquí no hay suspenso a lo Hitchcock, ni asomo de thriller, pero sí un personaje que recurre a las tecnologías del mirar para modelar su propio deseo, organizar su relato de seducción –que tiene algo de sadismo hitchcockiano- y manipular la fantasía de la mujer que se convierte en el “blanco” de su mirada. Mientras la película apuesta al morbo del mirar sin ser visto, funciona muy bien. Luego, el personaje central muestra sus fisuras y debilidades y el punto de vista de la película parece reprochárselo. De todas maneras, un filme sólido y atractivo.   

El documental “Liberami”, de la italiana Federica Di Giacomo, retrata a un exorcista en sus faenas cotidianas. No es Max Von Sydow enfrentando a Pazuzu. Es el padre Cataldo que se enfrenta a los poderes del averno con gesto imperturbable y dedicación burocrática. El sacerdote disuade a los “poseídos” que no muestran los síntomas suficientes y aconseja terapias para los que la requieren, pero se apresta al combate contra Luzbel -sea en persona o por teléfono celular- cuando su olfato le indica que los signos que tiene al frente son los del Mal. Di Giacomo registra sin juzgar, ni ironizar, ni mirar por encima del hombro aquello que causa escepticismo o resistencia de la razón. Los “endemoniados” están ahí, convulsionando, imprecando y blasfemando. Acaso son casos patológicos y las prácticas de Cataldo solo agravan las dolencias, pero ese no es un asunto a debatir. Lo que interesa aquí es dar cuenta del hombre y de su extraño trabajo, cada vez más solicitado si nos atenemos a las estadísticas que ofrece el filme.          

 

“Dark Night”, del estadounidense Tim Sutton, alude a la matanza desencadenada en una sala de cine de Colorado donde se proyectaba “El caballero de la noche asciende”. Pero la referencia queda ahí, porque la película no tiene ningún afán de realismo documental ni de reconstrucción de los hechos. A la manera de “Paranoid Park” y de “Elephant”, el destino de los personajes se entrecruza y avanza sin dramatismos, marchando a la deriva, como sobre las ruedas de un skate. Pero algo ominoso se apodera del clima de la película y genera inquietud. Lástima que el peso del cine de Gus van Sant se imponga con tanta fuerza, restando identidad a “Dark Night”.    

Ricardo Bedoya