El informante

Liam Neeson lleva sobre los hombros todo el peso de “El informante”, de Peter Landesman. Encarna, imperturbable, a Mark Felt, llamado “Garganta profunda”, el famoso funcionario del FBI que filtró a la prensa la información esencial del caso Watergate.

El juego de Neeson es como una apuesta de resistencia. En el pulseo contra los “villanos” -burócratas timoratos, presionados por la Casa Blanca para abreviar investigaciones y mirar hacia otro lado- nunca hace un gesto de más. Ni duda, ni se quiebra. Es el hombre que sabe demasiado, pero tiene que disimularlo. Convierte su rostro en máscara y hace de la impavidez una marca de estilo. Solo una vez se da la licencia para expresar la emoción, al reencontrarse con la hija libertaria. En la actuación de Neeson, esa neutralidad dice mucho: no solo protege al personaje de las sospechas del entorno. También lo convierte en un héroe del sistema, en el único justo, el que activa su sentido del deber en el momento crítico de la definición ética. Es el héroe clásico de Hollywood, como Fonda o Stewart en otras épocas.   

Lo demás transcurre entre lo previsible y lo irrelevante. El thriller nunca alcanza los picos de intensidad a los que parece conducir la trama. El clima de paranoia se diluye en cada una de las visitas al entorno familiar de Mark Felt. El telón de fondo de las operaciones del FBI quedan apenas apuntadas (las acciones contra los miembros de  The Weather Underground).   Los atractivos personajes de L. Patrick Gray (Marton Csokas) y Bill Sullivan (Tom Sizemore) se desdibujan en el camino. Los acentos sombríos de la fotografía tienen más de barniz que de atmósfera.

En cualquier caso, la película llega en un momento oportuno: tiempo de mentiras que buscan pasar por verdades oficiales.

Ricardo Bedoya

   

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