Dos de terror: La maldición de la casa Winchester y La noche del demonio: la última llave

Helen Mirren es la presencia central de “La maldición de la casa Winchester”. Interpreta a la viuda del creador del fusil de repetición Winchester, que revolucionó la industria de las armas a mediados del siglo XIX. Un fusil de eficiencia comprobada por los millares de personas a los que pasó a mejor vida.

La viuda Winchester cría que las almas de los asesinados por el ingenio de su esposo rondaban por su mansión, en busca de alcanzar el descanso final.

“La maldición de la casa Winchester” combina los motivos típicos de las películas sobre casas encantadas, pobladas de  espectros, con la investigación que realiza un especialista (Jason Clarke), adicto al láudano, sobre la naturaleza de la perturbación mental que sufre la viuda. Es un racionalista enfrentado a lo sobrenatural, lo que sirve en bandeja las alternativas entre lo probable y lo inexplicable que fundamentan al género fantástico.  

Las cuotas de terror son las previsibles. Las súbitas apariciones espectrales van acompañadas de golpes musicales estridentes. Susto tras susto y sorpresa tras sorpresa, los trajines del horror terminan fatigados y fatigantes. Más interesante resulta el hilo de la pesquisa sobre los desvaríos de la viuda. Helen Mirren impone presencia y dignidad, aunque no logre ahuyentar los riesgos de la verborrea explicativa de su compañero de reparto. Por lo demás, la laberíntica Casa Winchester, espacio abierto a todas las ampliaciones y refugio de muchos espíritus, tiene fuerza visual, a pesar de ser hechura de cartón piedra y del más evidente simulacro virtual.

 

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“La noche del demonio: la última llave” es la nueva entrega de la franquicia de terror “Insidious”, creada por James Wan y Oren Peli. Esta vez sigue la trayectoria de la psíquica Elise Rainier (Lin Shaye), dotada de capacidades paranormales, a la que le toca enfrentar a las fuerzas ocultas que se hallan escondidas en la casa que habitó en su niñez.

El terror se asocia aquí con la memoria que convoca fantasmas, con los traumas de una niña maltratada y con los recuerdos liberados por el inconsciente. El retorno de lo reprimido. Terror y psicoanálisis dándose la mano.  

La combinación funciona en los minutos iniciales de la película. Las escenas de horror y crueldad doméstica, ambientadas en los años cincuenta, dan cuenta del clima deletéreo de los años de la Guerra Fría, con sus cuotas de paranoia, puritanismo, dobleces morales y acosos violentos en el seno del hogar.

Como en todo filme de terror que se precie, el miedo aparece cuando se cruza el umbral y se penetra en los sótanos. La película ubica ahí una singular tierra de nadie: tiene un espacio en este mundo y otro en el más allá. Es un lugar donde parece haberse disuelto la frontera entre la vida y la muerte, apareciendo como el escenario donde se representan los orígenes del trauma y los hechos siniestros de la memoria. El diseño visual del sitio, de tonos cenizos, es lo mejor de esta película.  

Pero conforme avanza la proyección, la confusión se apodera del relato y hacia el final da igual lo que ocurra porque ya sabemos que el próximo episodio de la franquicia nos espera a la vuelta de la esquina.

Ricardo Bedoya

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