Caiga quien caiga

La patología del poder corrupto durante el llamado fujimontesinismo pudo haber dado origen a un relato apasionante. Justo lo que “Caiga quien caiga” no es.

Todos los ingredientes estaban ahí, en potencia, listos para ser aprovechados por un realizador experto.

Algunos de los tratamientos y opciones posibles eran los siguientes.

Primero: el recurso a una modalidad del thriller que combina espectáculo con reflexión, intensidad dramática con una mirada sobre el contexto social o político. Y que espolvorea, de paso, fantasías conspirativas, miedos y paranoia. Acaso en el estilo de Costa-Gavras de la primera época o del Alan Pakula de los años setenta.

En “Caiga quien caiga”, las posibilidades de construir un relato de intensidad creciente o de mantener una mínima eficacia narrativa se quiebran por el carácter episódico de todo lo que ocurre.

Ahí están por ejemplo las situaciones de amenaza al protagonista. Ellas se anuncian con las apariciones, en primer plano, de personajes que observan al procurador y a su entorno con mirada torva y expresión siniestra. Parece apuntarse el mecanismo del suspenso. Pero para que ese engranaje se eche a andar se requiere un clima progresivo que vaya tensando las expectativas hasta que irrumpa el hecho detonante. Eso no ocurre aquí porque el picadillo de incidentes que se acumulan diluye cualquier tensión. Lo que debe ser un pico dramático no es más que un hecho que se agrega, pero que está desgajado del conjunto. Por eso, el secuestro de la niña se convierte en un paseo filmado con un drone, y la amenaza del auto que embiste a la pareja parece el resultado de la maniobra de un conductor imprudente, como esos que abundan en Lima

Segundo: la opción por el relato de pesquisa judicial, con líneas narrativas que entremezclan la investigación y el hallazgo de las pruebas con una reconstrucción ficcional que potencia el drama. La síntesis del dato fidedigno con el punto de vista comprometido que opina y enjuicia. Una suerte de Francesco Rosi descubriendo los mecanismos corruptos del poder en la Italia de la postguerra.

La película tampoco va por ahí a pesar de su insumo principal, el libro de no ficción de José Ugaz.

El desarrollo del personaje de Matilde –que pudo ser el eje organizador de la pesquisa, con su paso de la obsecuencia a la traición- es un buen ejemplo de cómo la película desperdicia la posibilidad de orientarse hacia el modo de “ficción documentada”. Vemos al personaje por primera vez -en una escena de irresistible humor involuntario- mientras peina y acicala a su jefe. Luego, se explica –todo se explica en la película, con letras mayúsculas y en negrita- que es una pieza clave del tinglado mafioso y el procurador la cita para inducirla a la colaboración so pena de pasar un tiempo entre rejas. Y no hay más. Adiós personaje. Una cosa es recurrir a la elipsis y otra el choteo brusco.

Tercero: la requisitoria contra un sistema político podrido hasta el tuétano. Pero para eso se hubiera requerido personajes complejos y emblemáticos a la vez, furia expositiva, verbo exaltado, trazo fuerte, análisis crítico, destreza para trazar una auténtica fábula política, capaz de dar cuenta del ayer pero señalando lo que nos pasa hoy. Ver, al respecto, la obra de Elio Petri.

“Caiga quien caiga” prefiere hacer una hagiografía. El “Procurador de la nación” es un personaje de una pieza, de gesto inalterable, certero en sus intuiciones, inmutable en su bondad y convicciones. Casi tan iluminado y evangélico como el Paolo de “Guerrero”, esa otra “estampita” del santoral reciente del cine peruano. Ante este “héroe positivo” no hay lugar para los contrastes.     

Cuarto: el esperpento parecería el estilo ideal para dar cuenta de un universo de grotescos fantoches con poder político, como ocurría en la comedia a la italiana de los años sesenta, desde Dino Risi hasta Nanny Loy.[1]

Pero aquí la distorsión no es una decisión de estilo. Es resultado de caracterizaciones sumarias, personajes de trazo grueso (como el de Jackie), estereotipos, situaciones de historieta.

La presencia de Miguel Iza, sin duda, destaca en esta película. Pero lástima que ese protagonismo no se sustente en un personaje de verdadera complejidad.    

Ricardo Bedoya

 


[1] Qué interesante resulta pensar en la “comedia a la italiana” y cotejar sus representación con los episodios de la picaresca política peruana de los últimos años, pletórica de “monstruos” y “nuevos monstruos”.  

One thought on “Caiga quien caiga

  1. En mi opinión, el esperpento hubiese sido la opción más adecuada porque la misma película lo insinúa (hasta cierto punto, claro) en la construcción del personaje de Montesinos, que es sin duda lo más rescatable de ella, gracias a la actuación de Miguel Iza. Si se hubiese acentuado esa veta, que queda apenas esbozada en esa actuación y en ese personaje, hubiésemos podido tener quizás un retrato mucho agudo del acontecer político en el Perú, lo que no era, dicho sea de paso, El candidato, de Álvaro Velarde, donde el abordaje humorístico no funciona, pese (o quizás debido) a Los Chistosos, pues una cosa es el humor radial y otra el cinematográfico.

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