Los westerns de Anthony Mann, por Mario Salazar

Una mirada a los western que hiciera Anthony Mann, que fueron diez en total, en un género donde quedó inmortalizado como uno de los mejores directores que ha dado el western. Es una mirada detenida en la crítica personalizada mostrando que cada obra suya en el género era especial, desde la acción más intensa en fieros pistoleros hasta el drama familiar y capitalista dejando las armas en segundo plano, pasando de filmes muy argumentales a obras donde lo único que importa es matar al contrincante.

 

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Winchester ’73 (1950)

Es el primer western que dirige Anthony Mann, una obra maestra, y el comienzo de su relación laboral en el género con James Stewart –hicieron cinco western juntos-, quien hace de un pistolero que quiere vengar la muerte de su padre, en manos de su hermano, que se hace llamar Dutch Henry Brown (Stephen McNally). Aparte de ésta curiosidad de criminalidad entre parientes es notable el trayecto que recorre un rifle winchester, plagado de aventuras y mucha acción, en un western muy entretenido, de los mejores que hay.

El filme es todo lo clásico que puede ser pero también muy emocionante en sus combates, que incluye el ataque de los indios que también llegan a tener en sus manos el famoso winchester. Cada pedazo del filme es perfecto, tiene mucha bravura y naturalidad, como con el apostador y vendedor de armas que enfrenta a la banda de Dutch. La cobardía está presente como tema en un personaje, en Steve Miller (Charles Drake), y provoca otras grandes escenas, como una persecución de los indios contra una carreta con una toma hermosa general con el vehículo al frente seguido por los caballos enemigos y el paisaje en toda panorámica.

Hay un matón y bandolero importante aparte de Dutch, el pícaro Waco Johnny Dean (Dan Duryea) que enfrenta a la ley, a Dutch y a Lin McAdam (James Stewart). El filme está lleno de personajes notables, como la rubia Lola Manners (Shelley Winters), mujer valiente, pero también presta a la feminidad, aunque se le achaca ser una cabaretera, no obstante luciendo muy elegante y formal, pero se entiende al cambiar simplemente de compañía. Inclusive hay secundarios de oro como el mejor amigo de Lin, High Spade (Millard Mitchell), el sargento amable Wilkes (Jay C. Flippen) y hasta vemos a un tranquilo y viejo Wyatt Earp (Will Geer).

El filme tiene potentes escenas de acción, vemos de todo y en poco tiempo, hay grandes cambios y recorridos del winchester, todo enhebrado a la perfección, hay tremenda maestría para dar coherencia y visibilidad a cada aventura del arma admirada. Es un western emocionante de principio a fin, desde que Lin compite con Dutch por el winchester en el pueblo de Wyatt Earp hasta el duelo final tras las montañas. También sobresale el robo de una diligencia con un enfrentamiento de los más geniales del cine, todo dentro del uso privilegiado del tiempo, en su economía, claridad y precisión. Mientras Anthony Mann se dedica a entusiasmarnos con la intensidad de mil aventuras su western remite a la amistad, la lealtad, el respeto familiar, la libertad femenina y el llamado del deber, ver por otros.

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Las Furias (The Furies, 1950)

Este western es más un drama que una película con llamativas escenas de acción, apenas hay un par y sirven a la historia, a ese respecto tiene muy poca adrenalina. Pero hay varias escenas dramáticas bastante intensas y alguna hasta chocante. El filme pone primero un vínculo muy cercano entre padre e hija, entre Vance (Barbara Stanwyck) y T.C. Jeffords (Walter Huston, padre de John Huston, en su último papel en el cine), para luego enfrentarlos.

El filme es sobre un patriarca dueño de muchas tierras, con gente que vive en ellas sin su aprobación, colonos, y éste terrateniente, T.C., quiere botarlos, pero su hija Vance defiende a una familia de estos habitantes, en especial al hijo mayor, Juan Herrera (Gilbert Roland), galán enamorado de ella, todo un caballero, pero ésta corresponde más bien a un tipo más discutible, de cierto aire vanidoso, jugador, apostador, materialista, seductor, Rip Darrow (Wendell Corey). Pero guarda una gran amistad y lealtad por Juan y viceversa.

Esta propuesta es una épica, que recurre a caminos imprevistos, muy ricos, es todo un clásico que parece tomar de pretexto ser un western. No hay pistoleros ni outlaws, no hay duelos ni tiroteos grandiosos. Apenas hay un pequeño choque entre los colonos y el patriarca y su gente, y el resto son relaciones de familia y de negocios. Rip tiene una vendetta con T.C. pero piensa como capitalista y no con las armas, ganar dinero, quitarle el poder al patriarca.

Tanto Rip como T.C. están muy bien dibujados para el oeste sin ser pistoleros, como unos excéntricos y amantes de sí mismos. Rip es más fino, pero con un toque machista; T.C. es más brusco, como cuando coge a un borracho y lo arroja como un saco de papas, o domina un buey frente a su tropa de trabajadores. Pero ni Juan hace ninguna gran demostración con las armas, todo queda en imaginación, prefiere quedar como un tipo de poeta.

Vance es inteligente, pero también salvaje y un poco engreída, gracias a una gran Barbara Stanwyck, como cuando le dice una mujer voluptuosa que los hombres las prefieren flacas, como quien quiere decir actrices talentosas y con personalidad primero que demasiado atractivas. El filme tiene un lado romántico rudo propio del oeste en Rip y uno muy suave en Juan. Hay varias escenas en ese son, de seducción, de traición, rechazo y sensualidad.

El filme es algo pesado, es un gran drama, pero también tiene momentos impactantes, tanto como discutibles, como los que propicia la relación tirante entre la madrastra Flo Burnett (Judith Anderson, la muy recordada señora Danvers de Rebecca, 1940) y Vance, que salta del intelecto avispado a lo bruto y criminal. Con esto los personajes tienen un lado bárbaro y bastante recriminable, no hay figuras limpias de polvo y paja. También está el maltrato físico visto como seductor y macho, propio de la época.

Pero también tienen un lado de nobleza. El trato de T.C. con Flo y su trato con Juan, el bien y el mal habitan en todos, hacia lo extremo. La franqueza de Flo –aun con cierta ambición de por medio- y su argumentación no merecen lo que le pasa en la trama, luce más como un error del filme y flagrante contradicción en Vance, algo demasiado extremo y que se toma a la ligera.

El filme brilla por su interacción, por sus relaciones tensas, y lo típico de lo rural, con un pie en el pasado –lo tosco, lo violento, la falta de ley- y otro en la civilización –el poder del dinero, los negocios y no las armas-. Es más que todo un drama, un clásico que puede bailar en varios géneros, que un western en toda la palabra, pero aun así una buena película.

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La puerta del diablo (Devil’s Doorway, 1950)

Un indio, Lance Poole (Robert Taylor), vuelve de la guerra de secesión condecorado por el Congreso y pronto se hace de un gran terreno, lo trabaja y lo hace muy próspero. Este indio se ha acogido a la vida de hombre blanco, pero en su rancho da hospicio a otros indios y sigue las costumbres de sus orígenes. Es un hombre que une dos mundos, pero pronto la discriminación, la envidia, el resentimiento y el odio se harán presentes en el cuerpo de un abogado, Verne Coolan (Louis Calhern), que manipulará la situación y enfrentará a éste indio intachable con la población americana blanca.

En esta propuesta Anthony Mann mezcla capitalismo y lucha de clases con discriminación. Vaqueros blancos requieren de tierra, pasto fresco y agua, y no tienen recursos para que sus animales subsistan -su alimento, y fuente de ingreso- mientras Lance Poole los tiene. Poole no es del todo individualista, es decir, un terrateniente adinerado, en confrontación con un gran número de personas necesitadas, porque él ayuda a su comunidad y esa tampoco es la imagen que Mann fabrica, pero su orgullo hace que le hierba de ira que se le obligue a que los vaqueros blancos utilicen sus terreros, su esfuerzo y beneficios personales.

Esto que en otros casos puede verse como una repartición justa –aunque Poole ha trabajado su tierra, no es gratuita-, y se trate de la necesidad de que se beneficien muchos, tiene la injerencia en realidad de que los indios no pueden tener tierras a su nombre y son tratados de menos. El panorama cambia entonces, y aunque pareciera que fuera una defensa del capitalismo y no de un socialismo que ya está en práctica con la propia comunidad india que asila el protagonista –como si fuera una cierta ayuda social de derecha- el asunto que maneja el filme es la discriminación y el odio a los indios.

Se tiene que sopesar que el indio que representa Poole es uno que se ha adaptado al hombre blanco, a sus reglas, reglas que terminan pagándole mal, y queda un abuso, una mala práctica de los ideales americanos, con los que juega Mann para que el espectador se identifique, mezclando los elementos propios del western y del heroísmo.

Pero el filme además pone en circulación otro elemento en favor de Poole, la mística con la pertenencia a la tierra, la unión trascendente del hombre con la naturaleza. Como dice el padre moribundo del protagonista: Un hombre –un indio, en especial- no es nada sin tierra; y ahí anida otra lectura, una lucha capitalista, el conseguir propiedades, tener dinero. Poole es un personaje al que se le hace fiero, provocando hermosos combates de ver, entre los vaqueros blancos y los indios; busca defender su tierra, lo que le quieren arrebatar. Ya las razones quedan en segundo plano dando pie a la acción.

Más tarde con la abogada Orrie Masters (Paula Raymond) entrará a colación la compasión, hacia el outsider. Para todo esto Louis Calhern es perfecto como el demonio azuzador. También no faltan grandes escenas como la pelea a puño limpio en el bar entre Poole y un vaquero. No obstante el filme va más allá de dos enemigos puntuales, enfrenta a toda la población con sus propias leyes, aunque la pone más difícil éticamente, ya que el hambre suele matar la razón; hace un pequeño sucedáneo de esa guerra de la que vuelve Poole y no se menciona nombre, que se sobreentiende.

 

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Bend of the River (1952)

El filme se centra en una caravana de colonos, en los distintos viajes y quehaceres para solventar una comunidad, liderados por Jeremy Baile (Jay C. Flippen), pero quien depende de Glyn McLyntock (James Stewart) que los guía y los protege. La idea que Anthony Mann maneja en ésta propuesta es que Baile suele decir que alguien que ha cometido un delito no puede redimirse, reformarse, que una manzana podrida siempre lo será y va a corromper al resto. Pero lo que no sabe es que Glyn ha sido un outlaw que ha cambiado y que lo suele oír hablando negativamente de los criminales con posibilidad de reformarse, lo que más bien puede inducir a que se lo tome por un muro al que hay que rendirse.

Sobre esta premisa trabaja el filme, y pone de complemento la participación de Emerson Cole (un estupendo Arthur Kennedy), otro ex outlaw, muy amigo de Glyn cuando éste lo salva de la horca en un juicio popular. Tanto Glyn como Cole son pistoleros fieros. El filme pone a muchos enemigos imprevistos, gente común que salta del bien al mal y viceversa, trabajando con las diferentes posibilidades de su temática, solidificando su eje.

La caravana –que incluye seguir por barco, con la curiosidad de haber un marinero de color, pero propio de tiempos muy humildes para la gente de color, interpretado por Stepin Fetchit- atraviesa por muchas escenas de acción bastante intensas y emocionantes; tenemos indios y distintos vaqueros atacándola por parajes montañosos y salvajes. Se da una secuencia de acción de orden mínimo donde Glyn al ras del suelo con la cámara cerca al salto de la sorpresa se mueve por el terreno en busca de 5 indios escondidos que los están atacando.

La obra de Mann planea sobre la ambición, la lealtad, la confianza y la traición, y tiene cierto aire de romance, sostenido por Julie Adams, recordada por ser la mujer que rapta el monstruo de la laguna negra (1954). Hay una escena sorprendente, de alto impacto, con un ataque salido de la nada hacia ella. Otra distinción es que con Glyn se maneja en buena parte la mítica y el heroísmo con el fuera de campo. En un momento de fuerte tensión el ex outlaw promete vengarse y es él sólo contra el mundo; su éxito se oye improbable, pero como todo héroe ciego y osado lo emprende generando entusiasmo, adrenalina y entretenimiento.

Se presentan a muchos héroes y enemigos como volubles, rompiendo con cualquier imagen preconcebida, generando mayor argumentación. Participa en la película también Rock Hudson aunque como actor secundario, pero que ayuda a sostener la mayoría de tiroteos, siempre con la amplia sonrisa y su cualidad de tipo seductor, atractivo, en contraposición de un James Stewart que luce como un hombre común pero que es eficiente en todos los campos, generador de una identificación que nunca discute y evita la sobreactuación o endiosamiento; Stewart hace de un hombre que hace cosas excepcionales pero a la vez se mantiene humilde.

En el filme predomina la acción, pero hay una dotada estructura, se dan muchas novedades, tiene una sólida argumentación y narrativa, presenta originalidad e incluso cierta pesadez. El recorrido de los colonos tiene muchos contrincantes, y ahí para protegerlos está Glyn McLyntock, con quien se plantea la lucha entre el ideal y la corrupción, el derecho a cambiar, la fe en el criminal que quiere redimirse, también la ética por sobre el dinero, en un mensaje contra el capitalismo ramplón; primero es el ser humano, nos dice la obra de Mann, aduciendo que el agradecimiento puede ser más poderoso que la fiebre por el oro.

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El precio de un hombre (The Naked Spur, 1953)

Un ranchero, Howard Kemp (James Stewart), pierde su rancho cuando su novia lo vende y se va con otro, pero él se ha dispuesto a recuperarlo. El dinero lo pretende por la recompensa de un criminal, Ben Vandergroat (Robert Ryan), que ha asesinado a un sheriff. Por las montañas rocallosas, en el sur del estado de Colorado, Kemp persigue a Vandergroat.

Finalmente lo atrapa, junto a una muchacha inocente, Lina (Janet Leigh), habiéndosele unido 2 tipos con quien debe compartir la recompensa. Estos son un buscador de oro con muy mala suerte, Jesse Tate (Millard Mitchell), y un militar del ejército del norte, Roy Anderson (Ralph Meeker). El filme se moverá con tan sólo estos 5 personajes –en estado de gracia- y el ataque de los indios. Darán mucho drama del bueno, en pleno camino de las montañas. Anthony Mann dirige éste western, otra de sus genialidades en el género.

Por poco tiempo se mantiene la ambigüedad del tipo de prisionero que es, pronto se revela como una persona despreciable, siempre con la sonrisa de burla en la cara y la trama de algún acto de violencia o alguna confabulación para poder escapar. Es como el demonio tentador, generador de criminales, de gente sin moral, de brutalidad.

Lina es algo más ambigua, uno no entiende del todo la razón de que ayude a Vandergroat, cuando parece buena persona, aunque se aduce un padre amigo de él y muy parecido y el sueño de ir a California, además de su juventud. Pero sobre todo es la audacia que tienen los western de Mann que brindan matices a sus personajes, como con el oficial del norte que tiene un lado violento también y hasta criminal, o que al buscador de oro lo arrastra la ambición hasta la traición. Ambos generan aventuras, riesgos y sus propias grandes escenas. Una con el ataque de los indios que vienen por el oficial y otro con un escape.

Es un filme lleno de momentos muy potentes, cargados de la lucha contra la propia humanidad. En varios instantes Kemp que luce como un tipo noble aunque aplastado por su pasado se le hace perder la paciencia hasta llegar a retar a duelo a Vandergroat. El criminal es pícaro y muy inteligente, más que ducho con el arma. Es un western propio de la interacción humana que de balazos, pero muy rico en aventuras. Todo el viaje por las montañas depara mil grandiosos descubrimientos, con personajes valiosos en sí aunque expuestos con sencillez. 

Tiene un final muy poderoso, lleno de adrenalina, donde nuevamente sale a la luz la ambición, la brutalidad, la moral de los hombres. En el fondo de lo que trata el filme es de ser un hombre correcto, muy a pesar de las frustraciones, carencias y tentaciones del mundo. El motor de la propuesta es que Vandergroat quiere escaparse a como dé lugar, tan simple como ello, mientras los demás anhelan una mejor vida, pero que se mezcla con el querer dinero, que tiene de enceguecedor con lo ético. Al final lo que necesita Kemp no es una tierra o una recompensa económica sino la restitución de su afecto y fe hacia el mundo.

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Tierras lejanas (The Far Country, 1954)

A muchos western de Anthony Mann los define su gran argumentación, son narrativas muy nutridas, inteligentes, con sucesos imprevistos, llenos de giros emocionantes, la acción está supeditada a la historia, como en la presente que va cocinando los grandes tiroteos y duelos en dramas de ambición en plena fiebre del oro del Klondike, con personajes pintorescos, tal es el de Ronda Castle (Ruth Roman), mujer sensual, entre la elegancia y el cabaret, autosuficiente; y el corrupto sheriff Gannon (John McIntire), representante del político clásico, pero que no solo es malvado sino pícaro y con un cierto carisma.

Del lado de los buenos tenemos al símbolo del heroísmo por antonomasia del western de Anthony Mann, James Stewart, como Jeff Webster, a quien en Tierras lejanas curiosamente no le gusta meterse en cosas ajenas, o sea Mann lo excusa del heroísmo, y encima lo tiene por un misántropo, incluso avergüenza a un hombre que quiere hacer el bien, hacer respetar la ley, en otro personaje pintoresco aunque clásico del western, un borracho rustico de buen corazón, Rube (Jay C. Flippen), que nos habla de paso de la fe en uno cuando nos menospreciamos, que es lo que le pasa con el vicio hacia la botella.

Con ellos está el querido Ben Tatum (Walter Brennan, nombre legendario del western), que pone el lado sentimental, noble e inocente en el filme, aparte de ser amante del café, hasta morir por él, junto a Renee Vallon (Corinne Calvet), como una jovencita enamorada del héroe, a la que le molesta que no la vean como mujer, que no la tomen enserio (curiosidad aparte de que Calvet tenía por ese entonces 29 años), pero que no sólo es híper independiente y emprendedora, en realidad está para hacerle ver que hay que velar por los demás, por los débiles, en aquella frase elíptica que señala que si uno no sabe observar el bien, el deber, no es una buena persona, y no hay que explicarlo, se ve fácilmente, verlo nos define.

Pero Webster lo tendrá que aprender, y a la mala, y otros con él, al alejarse del egocentrismo y pensar en los demás, cuando vea sufrir a gente honrada, sana, indefensa y querida por uno, todo expuesto de la manera más clara y sencilla, pero con una estructura narrativa que es difícil de predecir, que sigue un recorrido hacia la aventura.

Mann no necesita de muchas escenas de duelo o tiroteo para generar adrenalina, pero cuando llegan son poderosas, con mil sucesos de un golpe, aunque prefiere lo impredecible, de esto que busque la narrativa por encima de las escenas de acción, especialmente con Gannon al que deja de lado y luego magistralmente retoma, sumándole bandoleros, emoción. Las balas son el colofón glorioso a mil y un preámbulos dramáticos, presenciando al pueblo levantado sosteniendo al héroe finalmente entregado a ellos.

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The Last Frontier (1955)

El eje sobre el que gira este western es sobre lo salvaje y lo civilizado. El protagonista es un explorador, Jed Cooper (Victor Mature), que es un hombre que se mueve a lo bruto, es como un típico adolescente americano de gran tamaño, se alcoholiza, toma en sus brazos a las mujeres de manera agresiva, hace bromas de mal gusto, es impetuoso, emocional y un hombre de acciones más que de reflexiones, pero esto cambiará.

Lo que es el motor es que Cooper siempre pregunta por lo civilizado –lo anhela habiendo un lado inocente en su persona-, él se tiene por salvaje, su calidad de explorador es un reflejo de su personalidad, de quien es él, esa vida a la intemperie, ese especie de aislamiento lo definen. Pero al conocer al Capitán Glenn Riordan (Guy Madison) quedará enamorado de su traje azul, de ser soldado, cosa que aún no está listo para ser, y curiosamente, o poco típico, no implica el cuerpo, la violencia, las acciones, la cualidad de sobrevivencia y combate –que le sobran- sino sencillamente la disciplina, lo civilizado.

Pero aun así hay soldados que no merecen ser soldados nos dice el filme del genial Anthony Mann, y se agrega una cierta confusión que parte de adentro también, que se ve claramente en aquella negación de encerrar al líder visto como enajenado. Todo esto se aprecia dibujado en la presencia del coronel Frank Marston (Robert Preston), un hombre lleno de ira, de violencia, amante de la guerra. El filme se aboca a enaltecer el nombre del ejército asumiéndolo desde su mejor valor, lo civilizado, pero esto se piensa de manera más libre, con anexiones, es decir, el soldado debe combatir, pero antes tiene un deber con la ética y la justicia frente a sus acciones. El ideal vive en el filme de Mann.

De manera inteligente, se ve que Cooper es el más apto para la guerra de todos, a diferencia del regimiento del fuerte del coronel Frank Marston que no están preparados y el filme pelea porque no se enfrenten a los indios, porque es una derrota y muerte segura. Pero Cooper es un salvaje, alguien criticable, y en más de una ocasión se deja ver esto, aunque se le dan concesiones, es finalmente el héroe. Una muy discutible es con la mujer de Marston, interpretada por Anne Bancroft. Con ella incluso se le dice a Cooper que haga lo correcto, hasta se menciona lo cristiano, donde Mann como todo gestor de arte se toma concesiones. El filme trata de la evolución de su protagonista, aunque parezca algo leve, es hacia lo civilizado.

El filme tiene muchas excelentes escenas de acción, de combates con harto indio y soldado matándose, incluso una más personal y emocionante entre el héroe y un sargento. Cooper no agrada a todos, es también inicialmente una mala influencia en la disciplina del regimiento, pero el capitán Glenn Riordan y un explorador más viejo, Gus (James Whitmore), lo van haciendo mejor persona. Se trata de creer en él, cosa que también la inteligencia del filme dirige hacia Marston, aunque más desde un lado humanitario.

El filme hace a Cooper muy intenso, suelto en plaza, quien a ratos parece un niño grande, se entiende de la propuesta en “descargo” que sea salvaje, al punto que humillado llega a cachetear a una mujer, pero esto es propio del siglo XIX –estamos en medio de la guerra civil americana- o, peor, aun de los 50s, que podía ver sensual y quizá hasta necesario estos actos, aunque hoy parezcan difíciles de digerir, tratar de menos a la mujer, eran otros tiempos, como con aquella frase del marido militar que dice: amo el sabor de la victoria, tú eres mujer, tú no lo comprendes. No es por defender éste trato pero también se debía a la rudeza y ruralidad que enarbolaba el género, aceptada en sus mujeres.

Lo que sí es que Mann en cierta manera estaba adelantado a muchos de sus contemporáneos en el western en la imagen que hace de los indios, parecía respetarlos, les ponía humanidad, heroísmo y no solo peligrosidad. Aunque también le eran funcionales les daba razones, los mostraba maltratados u ofendidos. En la presente propuesta se debe a la presencia de los fuertes y los soldados y el atisbo de la dominación e invasión del territorio que se deja ver puntualmente en la primera aparición de los exploradores y el cerco de los indios.

 

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El hombre de Laramie (The Man from Laramie, 1955)

Esta es otra obra maestra de Anthony Mann que tiene mil giros y sorpresas, es todo lo impredecible e intenso que uno pueda pensar. Un hombre que dice no ser un pistolero, Will Lockhart (James Stewart), pero sí un hombre de carácter, va a un pueblo llamado Coronado en busca del culpable de la muerte de su hermano, muerto en una masacre por los violentos y combativos apaches, producto de que alguien les ha vendido rifles.

Esta masacre de un regimiento militar es sólo el punto de partida de una película que contiene muchos hilos emocionales, centrados en la familia más poderosa del territorio, con el patriarca Alec Waggoman (Donald Crisp), dueño de casi todo, un tipo ejemplar, aunque hecho con la fuerza de su carácter, que lo mantiene aún en la edad, en el que es un gran personaje.

Alec Waggoman provoca una escena en que enfrenta con las armas a Lockhart sólo, aun viejo y casi ciego. Lockhart por su parte también esta disminuido físicamente, herido de una mano, y así agarra la escopeta. Lockhart es un tipo muy bravo y muy justo, quien no necesita ser pistolero, pero es un héroe en toda grandeza, sencillo, pero clásico.

El filme tiene varios enemigos, alguno impensado, creando una competencia por el poder y la herencia que no tiene nada de típica, entre el agresivo Dave Waggoman (Alex Nicol), que parece el más corrupto, pero es su deseo de estar a la altura del legado de su padre, y Vic Hansbro (Arthur Kennedy), un tipo que luce correcto, encargado del imperio de Waggoman, pero termina como todo un descubrimiento.

En el filme Lockhart no quiere irse, a pesar de que su vida pende de un hilo. También siente atracción por la sobrina de Alec, Barbara Waggoman (Cathy O’Donnell), comprometida con Vic, a quien Lockhart al oírle decir que no es tan bella le dice que a él le parece deliciosa. Más tarde ella brindará otra hermosa escena romántica clásica donde confiesa su confusión amorosa.

Anthony Mann en un principio pareciera que hablara de ir contra el monopolio del territorio, pero luego lo resuelve de manera muy sencilla, prácticamente se olvida del tema. El único apoyo de Lockhart es una dama solterona ya mayor, Kate Canaday (Aline MacMahon), éste personaje tiene la frase audaz y precisa en la punta de la lengua. Mann hace ver el enfrentamiento de Lockhart como el de un sólo hombre contra muchos, contra lo que parece imposible de salir victorioso, como la llegada de los apaches por las armas, pero todo lo resuelve con gran inteligencia y coherencia.

El filme se ampara mucho en la inestabilidad familiar de los Waggoman, producto del carácter explosivo, cruel, engreído e inmaduro de Dave, que empieza como un enemigo total, y luego se diluye en medio de accidentes y homicidios no premeditados. El enemigo se vuelve menos predecible, aunque Dave y Lockhart entregan escenas gloriosas, como cuando Dave hace su entrada y hace que arrastren del caballo sobre una fogata a Lockhart. Luego también cuando Lockhart busca la revancha en una toma hermosa saliendo furioso y decidido a su encuentro.

Hay peleas a puño limpio y duelos con final novedoso, muy bien dramatizados, sin recurrir a la exageración de las habilidades, es realista y con su propia expectativa, pero jugando al héroe solitario y valiente hasta lo suicida. La acción tiene un toque menos brutal, pero muy impredecible y emocionante, recurriendo mucho a las relaciones humanas y a su complejidad. Dave tampoco es un pistolero, pero tiene en sí la furia y violencia del peor rival de la tierra.

 

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The Tin Star (1957)

Es una historia de mentor y alumno entre Morgan Hickman (Henry Fonda), un ex sheriff convertido en cazarecompensas, y un reciente sheriff, Ben Owens (Anthony Perkins). Owens es un tipo valiente, terco y muy ético, pero aun inexperto y por ello está expuesto a un oeste salvaje que puede quitarle la vida por su torpeza. Cuando Hickman lleva un cadáver en busca de su recompensa conoce a Owens y pronto entablan un vínculo que termina en la enseñanza de Hickman para que Owens sea mejor sheriff, no pierda la vida.

En el pueblo de Owens hay muchos personajes interesantes. El antagonista es el robusto Bart Bogardus (Neville Brand), un pistolero rudo que no respeta la ley y por lo mismo tampoco a Owens, tal como un caso de bullying en que Owens que no le teme debe finalmente vencerlo. Bogardus es una mala semilla, una mala influencia para el pueblo. Entre lo atractivo de la hechura del pueblo está que convive gente salvaje, propensa a la violencia que no necesariamente son tipos unidimensionales, son sólo gente común, con personas muy queridas, como el doctor Joe McCord (John McIntire).

El filme opta por un movimiento original, no se encasilla con Bogardus sino lo complementa con 2 asaltantes de caminos, independientes de su criminalidad, Zeke McGaffey (Peter Baldwin) y Ed McGaffey (Lee Van Cleef). También en el filme hay 2 héroes, mentor y alumno. Como mentor, Hickman, es repudiado en el pueblo por ser cazarecompensas, por preferir matar a quienes persigue. La línea entre el orden y el pecado por llamarlo así es muy tenue, pero el idealista Owens querrá definir la situación en su pueblo.

Tanto mentor como alumno se nutren mutuamente. Hickman le habla mucho a Owens sobre cómo ser un sheriff capaz, lo que suele decir es coherente, inteligente, pero hay una sobreexposición de sabiduría, se siente que hay muchas palabras en el ambiente. Hickman también está dibujado como un tipo desilusionado de la gente, pero tampoco lo hacen muy difícil, rápidamente se encariña con un niño, Kip Mayfield (Michel Ray), que hay que mencionar que es muy carismático. Por ahí pasa una línea de no odiar a los indios ni a los extranjeros. Nada del otro mundo, pero vale su inclusión. La madre de Kip es la actriz Betsy Palmer que todo amante del terror conoce, como la madre de Jason Voorhees.

Ésta propuesta de Anthony Mann tiene 2 líneas narrativas centrales dadas por los héroes. Owens tiene todo para ser un héroe, pero le faltan algunos tips, a ratos es demasiado ingenuo. Es algo gracioso cuando se sorprende de que un criminal le dispare cuando trata de arrestarlo pacíficamente, aun cuando está mostrando bondad como sheriff. Pero, claro, nadie quiere que lo ahorquen o ir a la cárcel. De todas maneras es notable que a Owens se le de mérito, aun son épocas no tan cínicas o pesimistas. El filme tiene la magia del cine clásico, es de 1957.

Hickman no se cansa de decirle a Owens de que lo mataran como sheriff por cómo ve el mundo y se comporta, y Owens no se cansa de entregarle una estrella de la ley a Hickman, con lo cual es interesante notar que lo heroico no remite al más dotado, y que se aprecia a la juventud, capaz de influir en un viejo ducho, conviviendo dos mundos. El mensaje es bastante sano, ser apto parte de la convicción, de creer en uno, aunque detrás, perfilando lo que será la maravillosa The Man Who Shot Liberty Valance (1962), está Morgan Hickman, de manera menos trágica y más participativa de Owens en el terreno de lo salvaje.

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El hombre del oeste (Man of the West, 1958)

Man of the West (1958) es el último western que hizo Anthony Mann, un western de mucha acción y violencia. A una mujer, a Billie Ellis (Julie London), unos bandoleros la obligan a desnudarse frente al grupo y amenazan constantemente al héroe con violarla aun cuando la creen su mujer. El héroe, Link Jones (Gary Cooper), es un ex outlaw que fue criado como un hijo por el pistolero y criminal Dock Tobin (Lee J. Cobb).

Se cansó y decidió cambiar. En un pueblito finalmente confiaron en él, nos dice el propio Link; y se casó y tiene 2 hijos. De este pueblito donde lo han perdonado lo envían con dinero en busca de una maestra. Pero en el camino el tren en que va es asaltado y se rencuentra con su antigua pandilla, con Tobin. Mucha información sobre Link es dada verbalmente, porque el filme prefiere enfocarse en las escenas de acción y en la tensión entre Link y la banda de Tobin.

Un defecto marcado del filme es que Gary Cooper para éste western estaba ya viejo, pero hace de un hombre más joven, incluso es mayor que Lee J. Cobb pero no obstante Cobb hace de su padre adoptivo. A Cooper visualmente se le nota su edad, pero aun es un hombre ágil de movimientos, como lo muestra una pelea a puño limpio, larga, bastante coreografiada, y su talento para interpretar su papel. Hay diálogos que suenan notoriamente fallidos, dentro de la narrativa del protagonista, pero Cooper se muestra con aplomo y se puede paliar.

Por lo demás es un buen western, la brutalidad del oeste se ve especialmente en el abuso a la mujer, a Billie, una parte efectivamente desagradable pero cuidada en el filme, sugerente, pero potente. Las escenas de acción son muy buenas, poner a un pueblo fantasma de escenario es una gran idea. El filme trata como Link debe enfrentar su pasado, debe volver a regirse a la violencia, aunque ésta vez lo hace del lado de los buenos. No es un filme muy profundo, pero sí bastante entretenido. Cooper primero se hace ver débil, y va creciendo, hasta volver a ser el temido outlaw que fue antes, ese que despierta la admiración de Tobin.

La relación padre-hijo entre Tobin y Link es una relación de corrupción. Link sabe que este hombre lo moviliza hacia ese lugar, lo vuelve alguien despreciable. Tobin es un tipo que está muy bien escenificado, es un ser que denota maldad y vulgaridad, pero aunque tiene en su banda gente muy fiel prefiere curiosamente a Link que no le corresponde, quien a pesar de que disimula se le nota y lo dice un diálogo. Esta parte que puede parecer un poco ilógica más bien enriquece al filme porque la vida es de caprichos y contradicciones. También se debe a que Link fue un outlaw muy duro e inteligente, en cambio los de la banda de Tobin son más lentos y engreídos aunque sádicos, hasta hay un mudo al que se le achaca idiotez.

Lo mejor del filme es la horrible y prolongada tensión entre Link, sus amigos del tren y la banda de Tobin, y más tarde la pelea a tiros en el pueblo fantasma. La huida de unos de los criminales en estado agonizante es de una belleza sublime, la toma de la secuencia hasta el final es de esos detallismos muy artísticos y cinematográficos que uno suele amar y llamar séptimo arte, proporcionando mucho drama y visualidad.

Mario Salazar

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