Orson Welles y John Huston: ¿Vidas paralelas?, por Isaac León Frías

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Con el lanzamiento del largamente esperado The other side of the wind, y antes de verlo en la emisión de Netflix del 2 de noviembre próximo, es interesante confrontar lo que se ha venido comentando: si el alter ego wellesiano de la ficción, Jake Hannaford, interpretado por John Huston, es realmente en la película y más allá de ella una suerte de doble del hombre que sacudió las convenciones establecidas del lenguaje cinematográfico en El ciudadano Kane (1941). 

Se dice que el personaje de ese viejo director en el proceso de hacer su última película tiene de Welles, como también de Hemingway y del mismo Huston, pero antes de hacer el cotejo a partir de las imágenes del film, finalmente culminado después de más de 40 años de realizado, es bueno hacerlo a través de una breve mirada a la trayectoria de uno y de otro.

En lo personal hay algunos rasgos que los acercan. Personalidades independientes con inquietudes intelectuales, viajeros, aficionados a la buena mesa y a las bebidas espirituosas, atraídos por culturas distintas a las propias y cercanos generacionalmente aun cuando había una diferencia de casi nueve años entre uno y otro, pues Huston nació en agosto de 1906 y Welles en mayo de 1915. Ambos afrontaron los años treinta de la depresión y el new deal en tareas creativas: Huston la escritura de guiones y también el teatro, que fue la principal dedicación de Welles.  Ambos estuvieron en contra de las amenazas que trajo consigo la “caza de brujas”, aunque Huston fue más explícito y activo en su oposición, cuando Welles, es verdad, iniciaba prácticamente su larga trashumancia.

 Personalidades rebeldes e inconformistas, Huston no puede ser considerado un maverick como si lo fue Welles. El solo hecho de haber dejado éste último un film inconcluso, cuando aún estaba en actividad (y no fue su único proyecto interrumpido) puede dar cuenta de un cineasta que no se adaptó o acomodó a las reglas de la industria y no sólo de Hollywood, pues en cualquier otra hubiese sido muy probablemente un caso de marginalidad. En cambio, Huston pudo integrarse en la maquinaria hollywoodense y dirigir a varios de los actores más visibles a lo largo de su andadura de cuarenta y más años en la realización. Humphrey Bogart, John Garfield y  Lauren Bacall, pero también Katharine Hepburn, Clark Gable, Robert Mitchum, Elizabeth Taylor, Ava Gardner, Gregory Peck, Burt Lancaster, Marlon Brando, Paul Newman, Anjelica Huston, Jack Nicholson…   Por cierto, Huston tuvo a Orson entre los actores en tres de sus películas: en Moby Dick (1956) en el breve pero significativo rol del padre Mapple; en Las raíces del cielo (1958; basado en la novela de Romain Gary) en el papel de Cy Sedgewick, un presentador de televisión en un viaje de aventuras en África; y finalmente en la cinta de espionaje La carta del Kremlin (1970) como Bresnavitch, una autoridad del contraespionaje soviético. Un Welles algo más joven hubiese podido haber encarnado muy bien al cónsul británico Geoffrey Firmin en Bajo el volcán (1984).

II

Con un indudable sello personal, pero sin un estilo tan marcado como podía ser el de Welles, Huston dejó películas magníficas,  pero igualmente otras que no le hacen mucho favor. Que era capaz de afrontar proyectos creativos arriesgados y económicamente muy poco auspiciosos como los de Alma de valiente/La roja insignia del valor (1951) o La burla del diablo (1953) en sus primeros tiempos, o los de Fat City (1972)  El profeta del diablo (1979) y, no digamos, Los muertos (1987), mucho más adelante, demuestra que el director era más que capaz de dar el paso que cruza la línea de lo “bien visto” en las esferas de la industria. En esos y en otros casos, Huston se comportó como un maverick, pero no lo fue en el conjunto de su obra, por más méritos expresivos que se encuentren. Claro que no hay que ser un maverick para ser considerado un gran director y Huston no necesitó serlo para mostrar que lo era.

Welles ingresa a la industria con un proyecto “desmedido”, si lo vemos de acuerdo al promedio de lo que se producía en esos años, y su carrera posterior va a ser una de las más accidentadas que se conocen en los anales de la historia de nuestro arte. Accidentada en vida y después de muerto, pues han tenido que pasar 40 años para que Al otro lado del viento, un título de reminiscencias hemingwayanas, se convierta en una película proyectable, fuera de que en años pasados se hicieron versiones de otras obras inconclusas, como Don Quijote (la versión montada por Jesús Franco es de 1992), aunque sin la pretensión de films terminados como la que ostenta el que se ha exhibido en el Festival de Venecia. John Huston no dejó películas inconclusas y cumplió, no sin algunos escollos, con los compromisos que estableció a lo largo de su carrera. Salvo en sus primeros años en la Warner, no fue un director apegado a una compañía determinada y se movió con cierta flexibilidad, trabajando incluso con empresas pequeñas, aunque sus películas casi siempre fueron distribuidas por las majors.

III

El halcón maltés (1941) fue El ciudadano Kane de John Huston. No sólo porque se trata de su opera prima, estrenada además en el mismo año, sino porque, mal que bien, es considerada la iniciadora (sin la pretensión de serlo) de una corriente, la de film noir que, de la mano de la adaptación de la novela Dashiell Hammet, irrumpe en el Hollywood de los años cuarenta, para trazar una línea convergente con la que empieza con Citizen Kane. El halcón maltés es un thriller detectivesco en el que las perspectivas del espacio y la articulación un tanto laberíntica de la intriga se aproximan al del primer largo wellesiano, sin tener la complejidad estructural de la opera prima de Welles.  El halcón maltés no abunda en los contrapicados ni ofrece la profundidad de campo ni tampoco el tratamiento contrastado de la luz de El ciudadano Kane. Sólo en casos ocasionales Huston empleó la luz de esa manera y frente a Welles es más bien un cineasta de la claridad visual, incluso en sus relatos criminales tipo Mientras la ciudad duerme (1950) o El honor de los Prizzi (1985).

De cualquier manera, ese inicio que tiene puntos de contacto no se va a repetir luego, pues las dos carreras son divergentes, aunque se puedan establecer puentes, por ejemplo, entre Una historia inmortal (1968) y Los muertos (1987), obras “testamentarias”, plácidas y profundamente nostálgicas. Mientras que Welles prosiguió hasta el final en un camino exploratorio, abriéndose a formas narrativas o seminarrativas notoriamente diferenciadas  como la de Fraude (1973) o de la misma Al otro lado del viento, Huston culminó su carrera entre obras impersonales como Fobia (1980) Escape a la victoria (1981)y Annie (1982) y otras como El honor de los Prizzi o Bajo el volcán (1984) en las que se decanta el clasicismo del realizador, o El profeta del diablo o Los muertos en que se pergeñan relatos de tintes marginales.

Más bien, donde hay contactos mayores es en el talante interpretativo de ambos, sobre todo en las películas no dirigidas por ellos mismos (las buenas, las malas y las feas, que de todo hay) donde podía percibirse una cuota de autoconciencia, de exceso y de ironía.

Mientras que Welles empezó al mismo tiempo su carrera de actor y director, la faceta de actor de Huston se inicia después de 20 años dedicado exclusivamente a la realización y, de manera intermitente, también al guión. En la línea de actuaciones que Huston cultivó a partir de los 55 años, desde que tuvo su primer rol destacado en El cardenal (1963), de Otto Preminger, puede estar el precedente del Jake Hannaford de Al otro lado del viento. No sorprende que para encarnar a un viejo cineasta como él, Welles haya escogido a su amigo Huston, que representaba en esos primeros años setenta de clara renovación en la industria de Hollywood, la supervivencia activa de un veterano con más de treinta años de actividad previa, como los que el mismo Welles llevaba a cuestas.  Huston, además, con un rostro tempranamente surcado por las arrugas, asumía en sus actuaciones personajes de edad superior a la que biológicamente le correspondía, algo similar a los que interpretaba Welles. Es probable que Huston no se hubiera planteado llevar a cabo como director una obra de las características de Al otro lado del viento, pero probablemente nadie mejor que él para asumir en su doble faceta de director y actor al viejo Hannaford, que está en el centro de la que probablemente sea (con Welles nunca se sabe) la última creación concluida del autor de Citizen Kane.

Isaac León Frías

 

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