Isabel Sarli, la Coca, por Isaac León Frías

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Las púdicas pantallas de los años cuarenta se vieron un tanto alteradas en la década siguiente. Aparecieron los desnudos. Desnudos tímidos, fugaces, parciales, a veces apenas entrevistos. La francesa Brigitte Bardot, la principal exponente del “cuerpo a la vista”, se convirtió en el icono por excelencia de una exposición mínima si la comparamos con la que se incorpora en las décadas siguientes.

 En América Latina, los mexicanos implantaron por poco tiempo los “desnudos artísticos”: las actrices, Kitty de Hoyos o Ana Luisa Peluffo, por ejemplo, sentadas en posición estatuaria como modelo de un fotógrafo o de un pintor. No podían moverse.

Quien sí se movía era una exreina de belleza argentina llamada Isabel Sarli y conocida como la Coca. Isabel era un nombre de connotaciones recatadas: desde Isabel la Católica hasta las varias santas de nombre Isabel pasando por las Isabeles (Elizabeth, en rigor) de la monarquía británica. La Coca era un sobrenombre liviano y casual, que no dejaba de poseer un lado lujurioso. En ese entonces, el sustantivo aplicado a la hoja andina y a su derivado alcaloide no tenía el protagonismo de estos tiempos.

Isabel exhibía una anatomía espectacular, muy a tono con las preferencias latinas. Sus abundancias carnales estimularon a varias generaciones de jóvenes (y mayores, también) por más de 20 años. Quien la descubrió y la dirigió casi en exclusividad hasta su muerte fue un actor, y también director de un par de películas previas, Armando Bo, que se convierte en el responsable de las cintas de su musa convertidas muy pronto en los mayores éxitos locales e internacionales del cine argentino. 

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Isabel Sarli acaba de morir a los 83 años, pero queda la Coca de una treintena de películas en la que se desnuda en interiores, pero sobre todo en exteriores, en la cercanía de orillas marinas, lagunas o caídas de agua, entre ellas las célebres de Iguazú. El torrente de estas cataratas metaforizó mejor que ninguna otra manifestación de la naturaleza, la fuerza voluptuosa de la actriz.

¿Objeto de manipulación machista para ojos ávidos o precursora de la liberación corporal de la mujer?  Admitamos que esas dos atribuciones son factibles, como lo son en tantas otras figuras del cine de antes. Lo que resulta claro ahora es que esas películas no son para nada desdeñables. Recordemos algunas de ellas: El trueno entre las hojas, Sabaleros, India, La burrerita de Ypacaraí, La leona, La diosa impura, Lujuria tropical, Carne, La diosa impura, Desnuda en la arena.   Además de decirnos mucho sobre la doble moral de una larga época, constituyen curiosidades seguramente muy imperfectas, pero fuertemente estrambóticas y peculiares. Lo que se conoce como el kitsch, pero un kitsch de autor y también de star, que lo fue Isabel.

 Isaac León Frías

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