Festival de Cine de Lima 2019: La camarista

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Eve (Gabriela Cartol) es el personaje central de La camarista, de Lila Avilés. Empleada en un hotel de cinco estrellas de Ciudad de México, ella arregla las habitaciones del piso 21 del edificio, pero se esfuerza para lograr un traslado al piso 42, el más exclusivo. Sus tareas cotidianas son mostradas por un encuadre simétrico, siempre estable. Ella recorre pasillos y pisos del hotel con expresión invariable. Se aproxima a la cámara que la pone en foco progresivamente, conforme avanza, como si fuera invisible para un entorno que la percibe solo cuando se hace notar por su cercanía. O cuando se detiene en una esquina del encuadre panorámico, manteniendo un silencio prudente ante los huéspedes. O cuando destaca por contraste de movimiento en el interior de las habitaciones, tan cómodas como impersonales, tan arraigadas en la ciudad como distantes de ella, solo visible a través de ventanales que muestran los picos de los edificios entre la bruma de la contaminación.

Los afanes de Eve son como ritos de invisibilidad. Discurre sin que nadie la mire; los huéspedes pasan a su lado sin percibirla. Salvo que la necesiten, como ocurre con la turista argentina o con el huésped judío que no puede hacer esfuerzos en sabbat. Eve se mueve en el vacío, como lo indica la banda sonora de la película, ocupada por los sonidos filtrados de los murmullos de trabajadores y huéspedes y de los aparatos de limpieza y aclimatación de los lugares.

Es una servidumbre que solo tiene tres momentos de fuga, todos ligados a experiencias sensoriales. Un juego de descargas eléctricas; otro de exhibición del cuerpo y el placer personal. Y una explosión de ira que rompe, por un momento, el yugo de su enajenación. Los efectos de su cuarta decisión quedan abiertos en el plano final.

 

Ricardo Bedoya

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