Recordemos “El limpiador”, que tiene tanta vigencia en estos días. Se puede ver en https://www.cineaparte.com/p/25/el-limpiador
“El limpiador” (2012), primer largometraje de Adrián Saba, carece de movimientos de cámara durante todo su desarrollo. Solo en la imagen final, un discreto trávelin sigue al protagonista, Eusebio (Víctor Prada), hacia su destino terminal. En la banda sonora escuchamos una melodía de acentos sordos.
La decisión de mantener el encuadre estable y fijo guarda correspondencias con la actitud y el gesto del personaje, un hombre que enfrenta con estoicismo la inexplicable plaga que diezma a los habitantes de Lima. Un temple forjado, tal vez, en el ejercicio cotidiano de su oficio: el de empleado sanitario que recoge los cuerpos de las víctimas y desinfecta los lugares donde cayeron, con el fin de cortar la diseminación de la plaga. Es un “limpiador” […]
Pero lo inesperado ocurre. Mientras “limpia” una casa solitaria descubre a un niño de ocho años: se llama Joaquín (Adrián Du Bois), y está escondido en un clóset desde que su madre cayó muerta, presa de la epidemia […] Empieza una relación entre dos personajes excéntricos y marginales. Dos solitarios abandonados a su suerte en un lugar peligroso. Ambos son lacónicos y su comunicación se da a través de gestos y sobreentendidos. Temen a la epidemia que avanza pero no discuten sobre ello. Sus acciones confirman el pacto de supervivencia que suscriben.
Alejándose de las explicaciones psicológicas, solo cuentan las acciones visibles y los comportamientos representados. Si bien el niño es inmune a la plaga, su fragilidad tiene que ver con el abandono que padece. La presencia de Eusebio compensa esas carencias tratando de rescatarlo progresivamente de su confinamiento. El casco de cartón que le proporciona lo confirma como protector y guía. En la condición opuesta se halla Eugenio, que puede empezar a sentir los síntomas de la enfermedad en cualquier momento […]
Pese a su registro casi documental, se afilia a la ficción distópica. Lima está asolada. Ya ocurrió el desastre, pero desconocemos su origen y la naturaleza de la plaga; tampoco sabemos de su duración o extensión, ni de la mortalidad que ha provocado. Se representan hechos culminantes: las personas se desploman de modo súbito o deciden quitarse la vida. La trama no sugiere la eventualidad de una hecatombe planetaria. Registra solo lo que ocurre ahora y en lo inmediato. La muerte está desprovista de dramatismo, pero también de los estándares de emoción o de espectacularidad impuestos por las convenciones genéricas. La situación es alarmante, pero “El limpiador” la desdramatiza […]
Es el retrato al vacío de una ciudad solitaria. De Lima solo reconocemos signos y algunos rasgos del perfil urbano. Siguiendo la tradición de las películas de ciencia ficción posapocalíptica, las escenografías naturales son las que distinguen el perfil de la ciudad. Los recorridos de los personajes tienen como fondos los emblemas de la modernidad urbana, edificados como signos de los marcadores económicos favorables de la segunda década del siglo XXI: el metro de Lima, los estacionamientos subterráneos de amplios edificios, el remodelado Estadio Nacional, el Parque de las Aguas. Pero todos ellos aparecen desolados, como si los limeños hubieran desertado de los lugares distintivos de su “marca ciudad”.
El recorrido por Lima sigue una curva descendente. Empieza en el puente elevado que une los malecones de Miraflores y termina a la orilla del mar. En el ínterin, la ciudad se deja ver en forma transversal, desde el recorrido del vagón de un metro de marcha fantasmal. Tres hitos topográficos anclan el sentido de la epidemia y describen su extensión: en los cementerios en los que el niño busca a su madre el mal iguala a las víctimas, sin distinciones. En uno de esos cementerios se inhuma en la tierra, bajo los jardines; en otro, en nichos construidos en cuarteles; en el tercero, sobre las laderas rocosas de un camposanto popular. La idea evoca el final de “Caídos del cielo”, de Lombardi.
La austeridad de los recursos formales marca el temple estilístico de la película. Los encuadres, siempre fijos, tienden a la frontalidad y el equilibrio. La composición visual construye espacios de líneas rígidas y disposiciones geométricas. La extrañeza de las situaciones y lugares se refuerza con una luz fría, de matices metálicos […] Las actuaciones son parcas, contenidas e interiores. La intriga es mínima y las situaciones carecen de contrastes dramáticos fuertes. “El limpiador” ofrece una lograda poética de la desolación.
Este artículo toma algunos párrafos del texto sobre “El limpiador” que aparece en el libro “El cine peruano en tiempos digitales” (Universidad de Lima, 2015)
Ricardo Bedoya