Christopher Plummer en La real cacería del sol

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Ha muerto el actor Chistopher Plummer (1929-2021) , al que recordamos en películas como La caída del Imperio Romano, La novicia rebelde, Triple traición, El hombre que sería rey, Asesinato por decreto, Doce monos, Dolores Claiborne, Ararat, El nuevo mundo, El informante, y muchas más.

También lo recordamos en el papel del Inca Atahualpa en La real cacería del sol, de Irving Lerner, realizada en 1969. El artículo que sigue está tomado de mi libro El Perú imaginado. Representaciones de un país en el cine internacional, publicado por el Fondo Editorial de la Universidad de Lima en 2017.

La real cacería del sol (The Royal Hunt of the Sun, 1969), de Irving Lerner, hecha con capitales británicos y estadounidenses, producida por Royal Films-Benmar Productions-Security Pictures, dramatiza el encuentro entre el conquistador Francisco Pizarro y el Inca Atahualpa en el convulsionado Cajamarca de 1532. El guion es de Philip Yordan, adaptado de la obra teatral de Peter Shaffer.  

En el inicio, Pizarro (Robert Shaw) convence al rey Carlos V (James Donald) de la necesidad de emprender una exploración hacia el Nuevo Mundo en busca del oro de los Incas. Con una expedición conformada por voluntarios, un representante del rey, el cura Valverde (Andrew Keir), y Hernando de Soto (Nigel Davenport) como segundo al mando, Pizarro se dirige hacia el Imperio del Sol.

Ya en tierra firme, Pizarro se encuentra con el Inca Atahualpa (Christopher Plummer), inquieto por la llegada de los extranjeros. El Inca es reconocido por su pueblo con los atributos de Dios, pero Pizarro le niega ese carácter y se proclama como tal. En medio de la confrontación entre estos dos seres “divinos” ocurre la prisión de Atahualpa y su rechazo a convertirse al catolicismo. Pizarro acepta la propuesta del Inca: un rescate en oro a cambio de su libertad. El debate entre los dos hombres persuade a Pizarro de la posible divinidad del Inca, pero ello no cambia su destino. Presionado por sus hombres de confianza, Pizarro ordena la muerte del Inca que le entrega una máscara de oro como prueba de que el Dios Sol nunca lo dejará morir.

En esta teatralizada versión de la conquista del Perú (conquistadores e inca se entienden en un inglés académico y de acentos literarios), Atahualpa es mostrado con la dignidad de la que carecen las huestes de Francisco Pizarro, diseñado como un personaje audaz pero de sentimientos ambivalentes ante los hechos que protagoniza. La empatía que llega a sentir por Atahualpa lo lleva a postergar la orden de ejecución del Inca, derrotado en la plaza de Cajamarca en una secuencia de masacre que la película representa en cámara lenta mientras en la banda sonora resuenan sevillanas.

Pesa sobre la representación del inca la figura de su intérprete, el actor canadiense Christopher Plummer, de aires siempre histriónicos. Plummer, por otro lado, llevaba a cuestas por entonces la imagen de un papel pregnante: el de Capitán Georg Johannes von Trapp en La Novicia rebelde (The Sound of Music, 1965), de Robert Wise.

Al respecto, Quispe-Agnoli, dice: “En términos generales, puede decirse que este filme –como la obra teatral en la que se basa- es una exotización épica de los Incas (…) Exotización evidente en la representación de Atahualpa como un inca semidesnudo, alto, musculoso, bien formado y bronceado, cubierto con taparrabos y a veces con un penacho de plumas blancas (…) Atahualpa luce más como un cacique caribeño de las cálidas islas tropicales, con un erotizado cuerpo semidesnudo y una natural belleza física (es interesante observar cómo, en adición a su deseable cuerpo, el actor construye su representación de la alteridad indígena en Atahualpa (…) Él es introvertido pero rompe su mutismo en su lengua nativa haciendo chiflidos, murmullos o chillidos, extraños sonidos similares a los de los animales que apelan a la asociación que hace el espectador occidental con las nociones de lo natural y lo salvaje.” (Quispe-Agnoli, 2011, pp. 103-109)  

La real cacería del sol da por sentada la condescendiente benevolencia del conquistador, que ve la nobleza del rival más allá de sus diferencias culturales. Pero la dignidad del Inca no está reñida con la imagen estereotípica del indígena “cobrizo” figurado como un ser esencialmente salvaje y poseído por pulsiones sexuales asociadas con la noción de lo primitivo. Esa representación de un deseo atávico se antepone a todos los discursos de tolerancia ante la alteridad.

Ricardo Bedoya

Referencia: Quispe-Agnoli, R. (2011). Elusive identities : Representations of Native Latin America in the Contemporary Film Industry. En D. Cummings (Ed.), Native American Film, Art, and Visuality (pp. 95-118). Lansing: Michigan State University Press.

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