Breve panorama del cine peruano actual

Es difícil trazar, en pocas líneas, un panorama del cine peruano actual.  El motivo: su pluralidad y las formas diversas en que se produce, difunde y consume. Es un cine que cambia de fisonomía y se abre a expresiones impensables hasta hace unos años. La revolución digital ha impulsado esa transformación.

¿Cuáles son las novedades?

En primer lugar, la producción ya no se concentra en Lima.

1996 es un año clave: se exhibe una película ayacuchana, “Lágrimas de fuego” y, con ella, se inicia una consistente producción de títulos realizados en diversas regiones del país, sobre todo andinas. Películas autogestionarias que se afilian a géneros diversos, desde el melodrama hasta el terror. Realizadas en condiciones precarias y sin posibilidades de acceder a las multisalas, sus productores construyen singulares circuitos alternativos de difusión. Con el paso del tiempo, estas películas adquieren una significación cultural notable: crean ficciones singulares, recogen de la tradición oral a personajes fantásticos y les otorgan entidad cinematográfica, ofrecen miradas distintas del paisaje andino y de sus habitantes; dramatizan asuntos que perturban la vida social, desde la memoria de la violencia del pasado mediato hasta las realidades del incesto y la informalidad. La auto-representación abre nuevas fronteras a la discusión del “cine nacional”.

Segunda: se diversifican las formas de producción y los estilos.

Los modos de financiación dependen de la envergadura, expectativas y audiencias previstas para cada título. Se producen películas de vocación masiva, destinadas a su explotación intensiva en multisalas, con intervención de conocidas marcas y sustentadas en la popularidad de sus protagonistas, como “¡Asu mare!”, o afiliadas a géneros de probada aceptación, como el horror o la comedia romántica.

En las antípodas se hallan las propuestas de “autor”, películas de expresión personal que asimilan los tratamientos estilísticos del cine contemporáneo. Su producción recurre a los fondos internacionales de financiamiento y acaso también a los premios que otorga el Ministerio de Cultura. Algunos títulos emblemáticos: “Días de Santiago”, “Madeinusa”, “La teta asustada”, “Contracorriente”, “Paraíso”, “Octubre”, entre otras.

No menos personales ni “modernas” son las películas autogestionarias de “autor”, hechas por la libre, con la filosofía del “¡hazlo tú mismo, y hazlo ya!”, sin esperar apoyos de fondos o premios estatales.  Ahí encontramos las películas de Eduardo Quispe y Jim Marcelo, Raúl del Busto, Miguel Vargas, Farid Rodríguez, Rafael Arévalo, Fernando Montenegro, el trujillano Omar Forero, entre otros. Ellas encuentran espacios alternativos de difusión en auditorios institucionales y en festivales como FIACID, Lima independiente, Transcinema, y otros.

Están también las películas de perfil medio, que siguen pautas narrativas al uso, juegan con elementos genéricos y tientan la vía del estreno comercial. Algunas postulan a los fondos estatales; otras, hallan fuentes financieras diversas.

Tercera novedad: se afianza una “movida” documental muy importante. Son documentales de nuevo cuño y fronteras porosas que permiten el diálogo con la ficción. La voluntad es, a menudo, performativa: el director se exhibe, registra su entorno, usa la cámara como dispositivo de reflexión o conocimiento personal.

Un dato significativo: nunca como en estos años han debutado tantos cineastas. La abundancia de “primeras obras” crea expectativas, pero también señala preocupaciones: ¿lograrán esos directores sostener la continuidad de una carrera?

Ricardo Bedoya

Este artículo fue publicado en la edición de ayer, domingo 4 de mayo de 2014, del diario “El Comercio”, suplemento del 175 aniversario.

 

 

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