Transcinema 2017: Zama

“Zama”, de Lucrecia Martel, sigue los intentos de Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho), letrado afincado en Asunción, por lograr su traslado a España en tiempos coloniales. Un traslado que es prometido pero que no llega, frenado por motivos burocráticos o por cartas que se envían pero que nunca parecen arribar a su destino final.

Martel hace de la espera el motor central del filme. Zama, el funcionario aplicado, pide su traslado pero nadie lo escucha. Mientras el tiempo transcurre, él busca cosas en las qué ocuparse: se concentra en su trabajo, corteja a una mujer casada (Lola Dueñas), asiste a juegos de mesa, cambia de casa y se involucra en una expedición que parte a la búsqueda de un peligroso criminal. Cada una de las acciones de personaje central parece estar destinada a llenar un tiempo que se diluye mientras Diego de Zama espera infructuosamente lo que nunca ocurrirá.

Cada emprendimiento de Zama, desde el cortejo hasta la expedición, está signado por el fracaso: Martel filma la tragedia de alguien que tiene un destino escrito. Cada acto que realiza, cada diálogo que entabla, cada idea orientada a apurar su salida de Asunción. Todas son acciones vanas.

La cámara fija de Martel retrata al personaje que compone Giménez Cacho poniendo en el centro del encuadre a su rostro y su postura resignada, consciente como está, en el fondo, de que su suerte está echada.

En “Zama”, la espera transforma al personaje: de pronto, el funcionario percibe el calor del lugar, es llevado por la tentación sexual y le afectan las creencias paganas de los habitantes del lugar. Se multiplican los elementos absurdos que empiezan a sustentar la vida del protagonista: vemos llamas que aparecen en los lugares menos esperados; funcionarios que se muestran más interesados en jugar a las cartas que en escucharlo; aparecen casas que los habitantes creen embrujadas y que perturban la racionalidad del letrado; se emprenden travesías en las que buenos y malos se confunden o en las que los enemigos surgen de la nada, cual fantasmas.

Las elipsis, esenciales en la película, contribuyen a la creación de un mundo que se desprende de la lógica. El tiempo, ese recurso que significa la promesa de una vuelta al hogar, se enfrenta a Diego de Zama, convirtiéndose  en un enemigo que conspira contra él. La confusión se impone de manera visceral y directa. Un gran regreso de la directora de “La ciénaga”.

 

Rodrigo Bedoya Forno (desde el Festival de Toronto)

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